25 diciembre 2008

Alabanza a la papa


21 noviembre 2008

El enemigo interno

25 años de democracia, para un país como el nuestro, no son joda. No será para decir "¡guau!" porque la verdá la verdá con sólo salir a la calle uno se da cuenta de que en general esto no está nada bien. Pero no deja de ser un número y más para quienes tenemos la desdicha de tener más de cuarenta.
¿Qué defendemos y qué ignoramos de estos años? ¿Quiénes y de qué nos hacemos cargo, o en qué determinados momentos miramos para otro lado cuando se nos presentan algunas cosas y exacerbamos otras para resaltar nuestro mérito, o elegimos algunos hechos/acontecimientos/pertenencias, como siempre estamos obligados a, pero maliciosamente, arrogantemente, indiferentemente, argentinamente?
Veinticinco años malvividos, con una democracia sufrida, golpeada, atacada, despreciada, maltratada. Evidentemente también sostenida, llegando medio como un trapito y tratando de recomponerse, reconstituirse. De taparse los agujeros. Con sus méritos y deméritos en ese sostenimiento.

¿Y qué vamos a hacer nosotros, tan argentinos como somos, con estos veinticinco años, si es que pensamos hacer algo?
A lo mejor estaría bueno pensarlo tratando de recordar qué pasamos, qué hicimos, qué dijimos, qué ignoramos, qué pensamos desde aquel tiempo a esta parte. 
Hay datos de la realidad. Hay coyuntura. Hay contexto nacional e internacional. Pero hay nosotros también, con nuestras circunstancias.
Hechos históricos, procesos, personas, productos, lo que hicimos o lo que dejamos de hacer: la dictadura y sus horrores, las marchas de la resistencia, resistir a la dictadura, "ajusticiar" a los compañeros, mirar para otro lado, la violencia política, el movimiento de derechos humanos, la guerra de Malvinas, su aplauso y repudio, Firmenich, el Juicio a las Juntas, los levantamientos carapintada, Alfonsín, la dirigencia sindical corrupta y encriptada en el Estado, las leyes de impunidad, las crisis políticas y económicas, Miguel Bru, las obras sociales y las AFJP,  pedir mano dura, la corrupción, el senado y sus coimas, De la Rúa, la maldita policía, los piqueteros, la clase media gorila, el fascismo cotidiano, los marginados, el indulto, la marcha contra el indulto, la crisis educativa, yo-siempre- apoyé-la-educación-pública, el paco, los saqueos, los negros de mierda, lo que decimos que somos: un pueblo combativo, trabajador, resistente, el irrespeto por derechos básicos, romper asambleas, votar a Menem, Menem, estar a la cabeza de las movilizaciones, la universidad de los trabajadores, el autoritarismo cotidiano, olvidarnos de Cabezas, la xenofobia, cacerolear por nuestro propio culo, en-Argentina-no-hay-racismo, la nula institucionalidad, la justicia opaca, la injusticia eterna. 
Ah, ¿era esto?
Lo cierto es que esto que tenemos es producto de aquellos años y algo que ver tuvimos: sus resistencias, sus luchas, pero también su derrota. Sobre todo su derrota, porque sin reconocerla, ¿cómo concebir otros caminos?
Pero pareciera que esto de errar eso no está en nuestra naturaleza, es decir, no fracasamos (de ahí que no tenga sentido la autocrítica). Peor aún. Nos cobramos el fracaso como si fuera un triunfo, porque así somos, porque está dentro de la lógica de lo que es nuestro "ser nacional"- pretender el mérito sin asumir error alguno, además de -el deporte nacional- diluir las propias responsabilidades en una supuesta "responsabilidad de todos". 
La democracia volvió porque la recuperamos, ahora si esta democracia es una mierda no será culpa nuestra, viejo. 


10 noviembre 2008

En el nombre de Dios

Lo de los armenios matándose a trompadas con los griegos ortodoxos, me mató. ¿No está bueno eso de que se agarren a patadas limpias en nombre del Señor? Me los imagino, guerra de murciélagos disputándose su trofeo, el símbolo, la propiedad privada, la ortodoxia (que es un problema, esto de la ortodoxia, porque cómo se demuestra quién es más ortodoxo si cada uno es ortodoxo de su propia iglesia? Es decir que para estos ordoxos los otros ortodoxos vendrían a ser los hetedoroxos, y viceversa, pero al mismo tiempo cada uno disputa al otro la ortodoxia). Y bueh, parece que los armenios se hacían los dobolus y no los dejaban entrar a los griegos a ese Reino del Señor. Los otros les salieron al cruce, y se armó el quilombete, jeje. Y no termina ahí: ¿quién -justo- vino a poner orden? la policía israelí....
Gracias, muchachos, por este momento inolvidable...

Tanta alharaca para nada. La caja nada atrapata, nada habrá. ¿Sabrán dar carcajadas? 

08 noviembre 2008

De González Catán a Tirso de Molina (para una sociología de mercadito II)

Las circunstancias se dieron de modo que tuve que viajar a Montevideo unos días después de volver de España. Y viajar siendo argentina -siendo porteña-, se sabe, aunque se reniegue.
España está deslumbrante (digo "está" aunque es la primera vez que voy, pero sé que no estaba, y honestamente, entre nos, no sé si va a estar) y todo funciona bien, a horario, amablemente. Y me arriesgo a decir que no les caemos mal, al menos los argentinos no les caemos mal, sobre todo si no vamos a quedarnos, como era mi caso. ¿Y por qué será? Cabe la pregunta considerando que somos merecidamente irritativos para la mayor parte del mundo y que el tema de los extranjeros en España no está nada fácil, y que en general somos bastante malvenidos. Cruzar el charco (el chiquito, digo), por ejemplo, es bravo siendo porteño. No quiero ser injusta, no es con tooodos los yoruguas. Pero está en el aire el "antiporteñismo". Y a mí se me ocurre que una sociología de mercadito podría decir que ambos fenómenos tienen que ver con lo mismo, lo que somos, lo que nos creemos que somos y lo que producimos.
Si no fuéramos tan arrogantes sólo seríamos tercermundistas, como cualquiera de nuestros vecinos hermanos. Pero nos creemos europeos, nos enorgullece ser blanquitos (¿nos enorgullece haber hecho mierda a indios y negros en guerras de liberación, haberlos dejado morir en fiebres amarillas y demás enfermedades?) y nos pensamos -en serio- que somos el ombligo del mundo.
Entonces, lo' mejore' del mundo somos simpáticos para los españoles, que por imperio de la lógica pueden vernos como esos hijos engreídos, que intentan mal llamar la atención de los mayores intentando torpes proezas, lastimándonos una y otra vez y levantándonos diciendo "me caí porque quise, y además, no me dolió". Les resultamoss maravillosos porque queremos parecernos a ellos. Y ellos nos miran meneando la cabeza y sonriendo de costado, qué daño podemos hacer, y encima, los divertimos. También somos su contracara pobre, su propia convicción de que ellos sí (aunque menos que el resto) son europeos occidentales y está bien, está muy bien que querramos parecernos (iba a poner "parecérnoseles", pero no debe existir... "parecérseles" no sería... ayudaaaa). Cruzamos el charco grande y pretendemos ser europeos mal nacidos (quiero decir, nacidos por error) en un continente equivocado.
Con ese mismo orgullo somos capaces de cruzar el charco chico y erguirnos para ver desde arriba, pretendiendo que todo el mundo quiere parecerse a nosotros, tan europeos, tan ombligo del mundo.
Somos como puede ser cualquiera: nada  en un pequeñísimo mundo. Y nos creemos tan mejores de lo que realmente somos que la inercia de nuestro ego pretende acercarnos a los europeos, cuando la fuerza de la inevitable gravedad nos desciende a los tan temidos infiernos de latinoamérica.
Y quizás sea peor con los uruguayos, porque somos tan igualitos a ellos, tan astillitas de los mismos palos que pretendemos todavía más ser distintos de ellos, como hermanos mellizos de los cuales uno pretende distinguirse por ser más lindo, más inteligente, y tener el obelisco más largo y más ancho del mundo.



28 septiembre 2008

Mis problemas conmigo

Pongamos que dejo de lado que el día anterior -volviendo cansadísima y tardísimo a casa después de una agotadora jornada de trabajo- el bondi no llegaba, 25 minutos y no llegaba, me tomé otro de bronca nomás pero que me dejaba lejos, con lo cual necesitaba tomarme otro más para llegar a casa que, claro, también tendría que pagar en monedas (y si no va a haber monedas nunca más -como parece que va a pasar, ¿no?- ¿no es hora de cambiar la maquinita del orto esa de los bondis?). Cuestión que sólo podía hacer el trasbordo donde pudiera cambiar, me bajé en un Coto y haciendo las cuentas con precisión compré cuatro cosas que no necesitaba para recibir unas monedas a cambio y, naturalmente, recibí como un insulto a mi inteligencia 15 centavos de vuelto. Siempre me jugó en contra mi masomenismo congénito. La única que me quedaba era aprovechar a esta altura de mi vida el status de "señora" que tengo y por lo tanto insospechada de determinadas acciones o intenciones (no es consuelo, ya sé), no tuve más remedio que colarme en el siguiente bondi después de caminar cuadras e intentar kiosco tras kiosco comprar otras tantas cosas inútiles sin reunir la cantidad de monedas suficientes.
Pero, decía, pongamos que dejo el día anterior de lado.
Lo del día siguiente demuestra que no tengo remedio.
A punto de salir de casa para viajar a Rosario por laburo, después de pensar minuciosamente cada uno de los detalles, después de cerciorarme -porque me conozco- que todo está bajo control, separo del gran manojo de llaves las de mi casa de las de mi trabajo (para no llevar 1 kilo de peso en llaves a pasear por el país y a veces hasta por el mundo, como suelo hacer). Al atravesar la puerta, en el exacto momento que escuho el ruido al golpearse (iba a poner una onomatopeya pero esta puerta suena bien raro) me ataca el susto que en segundos se convierte en certeza: las de casa quedaron adentro. Primer problemilla (pongamos que menor, me suele pasar que me olvido): la puerta quedaría sin asegurar. El segundo, algo más complicado, era que para mi salida definitiva tenía aún que atravesar el obstáculo de la reja de dos metros de alto que asegura el predio en el cual vivo, cuya llave, claro, se sabe. Aunque no midiera el metro cincuentra y poco que mido, no hubiera sido fácil saltarla. Eran las 6 de la mañana y no me animé a tocar ningún timbre. Ya me tiene bastante  por rara esta gente como para darles más pasto. Pero como todavía creo que me quedan un par de neuronas, calculo que trepándome sobre el artefacto que oficia de portero eléctrico podría hacer el intento, y que con suerte sólo quedaría herida mi dignidad por el ridículo que haría si alguien me viera saltando. No quería arrojar el bolso del otro lado por miedo a no poder saltar y quedarme como una idiota viendo cómo -a centímetros de mí pero sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo- cualquier gil lo levanta y se lo lleva. Entonces lo apoyé sobre el portero, mi cartera sobre mi bolso, y en una de cowboys y rapitido por miedo a que alguien me viera, subí rápidamente y -no podía ser de otro modo- cuando estaba por el medio de la reja, escuché el rasguido inconfundible de la tela rota. Ningún remedio más que bajarme despacio, salir caminando como si nada hubiera acontecido mientras tanteaba el tamaño del tajo y ponía cara de superada con un pantalón rasgado abajo del cachete izquierdo del culo. Qué bajón.
Recogí mi bolso y fui caminando hacia la avenida con cara de enojada,  intentando recobrar, si la tuve, algo parecido a la dignidad.
Dado que el día anterior había sido imposible reservar un auto que me llevara a la terminal de ómnibus de Retiro ("no señora, a esa hora es imposible" y entonces para qué carajo están) pensé que quizás, quién te dice, algún taxi podría pasar por el culo de esta puta ciudad en donde vivo, a esa hora pico.
Obviamente, en 10 minutos no pude encontrar ni un solo taxi libre.
El colectivo que pasa por esa avenida (esto lo preví, en serio) me deja en la terminal, y como había salido con tiempo no dudé en tomármelo. A esa altura viene vacío y me senté cómoda, el bolso bajo mi asiento y un libro para hacer más amena la hora y pico de trayecto hasta la terminal. Sobre la media hora de viaje, me asaltó el nuevo susto, tremendo -furiosa taquicardia- que sólo puede ser conocido para gente como yo: dispersa, desorganizada, despelotada. "¿tengo todo?" (sí, a ESA altura).
Busco desesperadamente en mi cartera como si supiera, como si tuviera la certeza implacable de que me olvidaba nada menos que algo tan importante como el pasaje. Y no podía ser de otra manera.
Con el bondi a esa altura llenísimo de gente tomé mi bolso y mi cartera y sin guardar el libro y con la cartera abierta, empujé a niños, viejas y jóvenes que estorbaban mi salida desesperada y me tiré prácticamente del colectivo. 
Busqué, esta vez entre decenas de taxis libres, el primero que encontré (estaba en una zona donde podía haber elegido, por ejemplo, uno más nuevo. O con un chofer más joven que seguramente sería más audaz ante mi pedido de volver rápidamente a casa -no, a casa no, si no tenía llave, a la casa de mi ex, que tiene una llave que le dí sabiendo que siempre, SIEMPRE, puedo necesitarla- pero no. Subí a ese Renault 19 del año 90 con un señor que debía tener más o menos la misma edad que mi abuelo -si viviera- y al que seguramente subir de los 45 km por hora le daba un vértigo horrible), y le indiqué el camino.
Llamé por el celular a Fernando (aaah, qué invento los celulares para gente como yo, cuando puedo usarlo entre que me los roban o los pierdo) para que me prepare la llave, ya con poco tiempo. Me atendió Rochi que entendió perfectamente las instrucciones (y conoce -vaya si conoce-  a su madre). Cuando llegué, después de ese viaje imposible por lo lento, me estaba esperando paradita en la puerta con las llaves en la mano con la siguiente frase.
-Ma, me acabo de hacer señorita.
Noooooooo, y yo así. A los pedos, corriendo, sin saber qué hacer ni qué decirle, abrazándola, felicitándola, y ella con terrible cara de culo, rechazándome, mirándome con cara de "esta mina es irrecuperable". De pronto me acordé de que ese día la enana tenía el torneo intercolegial. -¡¡¡Toallitas!!!! Tenemos que comprar toallitas, grité. 
-Mamá, yo me arreglo, después compro.
-¿¿¿Cómo después??? No, amor, necesitás ahora!!!
Y mientras el tiempo pasaba raudamente y el taxista observaba todo mientras esperaba a mi lado, yo miraba desesperadamente hacia los cuatro costados como esperando que apareciera el vendedor ambulante de toallitas femeninas. No lo encontré.
-Decile a papi que te compre, enana. 
Y ella: 
-No, mamá, yo me arreglo.
No tenía alternativas y no podía hacer nada en ese momento. La besé fuerte y la abracé a pesar de su ella misma y subí nuevamente al taxi, mientras intentaba componerme. 
El taxi llegó a mi casa, donde encontré prolijamente apoyado sobre una mesa que no contenía otra cosa, el pasaje. Me puteé a mí misma, lo tomé raudamente, volví a subir al taxi y ya sentada me dí cuenta de que no había puesto llave a la puerta. Pensé que si la primera vez me iba a ir sin cerrarla, no era tan grave ESE olvido. Volví a tomar el celular y a hablar con la enana, quien insistía en resistirse a pedirle a su padre que le compre las consabidas toallitas. Le pedí hablar con él y tras oponerse un poco, tuve segundos más tarde la siguiente delirante conversación:
-Fer, a la enana la vino.
-¿Le vino qué? ¿Quién le vino?
-La primera menstruación, le vino.
-"Ah...." segundos después. "¿No le había venido ya?"
A punto de asesinarlo por teléfono casi grito: NO; NO LE HABÍA VENIDO, ¿podés comprarle toallitas?
-¿Toallitas?? ¿Qué toallitas?
Cualquiera pensaría que es más fácil llevarse con un ex que con un marido. Es evidente que no es mi caso. Cómo me cuesta mantener mi ex relación matrimonial (se podrá tener un "ex-ex-marido"? sin matarlo, claro, ni muchísimo menos volviéndose a casar).
El taxista escuchaba y manejaba, yo trataba de entender de dónde había sacado la enana ese concepto de "hacerse señorita"... otra vez el eterno fantasma de la mala madre, de golpe interrumpido por una llamada, a la que siguieron otras dos, preguntándome dónde estaba porque el ómnibus estaba a punto de salir.
En ese momento -por qué a mí- se reveló el enano psicólogo porteño del taxista, quien mirando por el espejo y poniendo cara de nada, no tuvo la mejor idea que sentenciar esta frase implacable, sólo posible en este país tan pero tan psicoanalítico el taxista puede decirte, sin que se le mueva un pelo, y esperando que le agradezcas por la sesión gratuita:
"Señora, discúlpeme que le diga, pero todo esto que le pasó es absoluta responsabilidad suya". Qué hijo de puta. El viejo sabía, la tenía tan clara que yo no podía putearlo y bajarme, nunca llegaría a Retiro... y seguía manejando impertérrito (qué bueno, me encajó justito "impertérrito", me encanta esa palabra) mientras se jactaba de su astucia. No volví a abrir la boca, no hablamos más hasta Retiro.
Llegué justo a tiempo. El taxi me salió más caro, claro, que el pasaje a Rosario.
No voy a contar ahora que la vuelta fue todavía más delirante. Sé que viene al caso. Pero ya me da vergüenza.

18 septiembre 2008

Las tenemos más grandessss

En general no estoy de acuerdo con que una imagen valga más que mil palabras. Pero a esta imagen del Google Earth (es Buenos Aires, ¿quién tendría alguna duda?), la verdá la verdá, yo no le agregaría nada.

La más ancha, la más larga... Cada alma acá avanza hasta la planta más alta. Nada pasa para tanta alharaca.
Mal karma atracar acá, mas... aplacan las palabras...

11 septiembre 2008

Actitud Buenos Aires (para una sociología de mercadito I)


La grasa de las capitales, se sabe, es un problema universal. Pero la grasa de los habitantes de las capitales es una cuestión típicamente porteña. Es lo que nos hace a los argentinos -hegemonizados nos guste o no por los porteños- creernos los mejores del mundo. Garcas hay por todos lados, grasas también y no sólo en capitales. Pero Baires ofrece, para propios y ajenos, la combinación más irritante de personalidad individual y social -si tal cosa existe- que puede encontrarse en estas épocas, en estos lugares, y cuya caracterización cuenta además con un consenso absoluto.
Para peor, no nos creemos colectivamente los mejores del mundo, sino que cada uno de nosotros o de nuestros grupos cree merecer ser, en acto o en potencia, el mejor del mundo (y eso desde chiquitos, así, 6º grado "A" no es mejor que 6º "B", sino el mejor del mundo, o si ganás a las figuritas o sos el abanderado, o lo que sea), y así indefinidamente.
Esta espiral ególatra, egocéntrica -mas no egoísta- ya a primera vista, sin llegar incluso a mirar más que la superficie, huele a quilombo. Hasta un niño se daría cuenta de que para ser primero, hay que ser el único. Vaya paradoja. Necesitamos de nosotros mismos, como necesitamos a los otros, pero para joderlos y jodernos la vida. Así es como funciona la idiosincracia porteña (y argentina por extensión -de nuevo y con disculpas).
Ese comportamiento se repite desde el átomo de la sociedad (concepto de una sociología de mercadito de principios de siglo XX), pasando por su unidad básica (hablaba de la familia, aunque sí tiene en común con los lugares donde se reúnen los peronistas en que también se juntan para pelearse), la promoción 98, Boca Juniors o la clase trabajadora sea lo que sea que hoy signifique.
Esta "actitud Buenos Aires" -que domina el ser argentino- no tendría entonces su origen en conductas individualistas, como suele suponerse, sino por el contrario, gregarias. Es el instinto gregario el que nos impulsa fatalmente hacia nuestros prójimos, porque el porteño necesita tener a alguien a quien superar. No importa cómo. Nos amontonamos para vernos, viajamos para que nos vean afuera, nos miramos, nos acercamos, para demostrar que fuimos, somos y seremos, para siempre, lo´ mejore´del mundo.



02 septiembre 2008

Somos como porotos


Xul Solar - Otros Troncos - 1919

Noto lo horroroso, cómo lo noto. Lo soporto poco. Por lo pronto, yo sólo lo pongo con los otros rollos, lo coloco con los rollos chotos, con los flojos, por los contornos. 
No los locos. Los locos son grosos, con los locos  no somos ogros, crotos, o monótonos bobos, no.  Somos todos colosos, orondos. 
Chochos.
Forzoso o no, yo opto por lo loco: todo o poco... Sólo lo tomo , lo como, lo monto.  

22 agosto 2008

Socio 1

Se cursaba sociología en las "catacumbas" de la facultad de derecho. Marginetas adentro de un edificio que cuando entrábamos desde la calle Libertador se nos imponía realmente como Claustro de Altos Estudios (mayusculísimas, si las hay, se puede clickear en la foto para dimensionar) y parecía gritarnos que no pertenecíamos allí. Eramos fácilmente diferenciables de los estudiantes de derecho, que acostumbraban peinarse, por ejemplo.
Había unas pocas aulas en las catacumbas. Bajábamos unas escaleras lúgubres con lamparitas de 60 watts colgando inciertas del techo, manchas de humedad devenidas goteras con el transcurso de los meses y olor al tono. Tres pasillos conformando una "U" nos malvenían día a día en ese ambiente, donde las aulas tenían sillas rotas y pizarrones inútiles cuando los docentes no recordaban llevar sus tizas. Borrar, de última (por más que a mí me eriza la piel y me da frío en los dientes), siempre se puede borrar con la mano.
Un ambiente extraño en los tempranos 80, donde casi cuarentones que habían tenido que dejar la carrera cuando la repre, retornaban. Donde mocosos que recién asomaban la cabeza a luces nuevas apartándose el manto tenebroso de la dictadura, salían a la vida adulta, a la universidad, al sexo. Y a la política. Extraño ambiente donde la política estaba a flor de piel día a día, donde -quizás como herencia, quizás como resaca- veíamos en ella la única opción posible de transformación social. A nadie se le hubiera ocurrido como ahora, por dar un ejemplo de lo más actual, pretender deslegitimar una protesta porque está "politizada".
Dependía directamente del rectorado, socio. O sea, no tenía facultad. En el '83, todavía, había que hacer un curso de ingreso donde en filosofía el texto fundamental era la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino. En el examen de ingreso me cambié temblorosamente de tema, porque sabía más del 1 que del 2. Entramos cerca de 200.
Teníamos un profesor de Introducción a la sociología que se llamaba Enrique Pistoletti. En serio. Personaje nefasto de la dictadura que continúa consecuente bajo las alas de sindicalista municipal no menos nefasto Amadeo Genta, solía darnos miedo y explicarnos impacientemente por medio de su propio manualito de introducción a la teoría sociológica (un repelente librillo de unas 100 páginas, que teníamos que comprar), lo equivocado que se demostró científicamente que había estado Carlos Marx (no puedo creerlo. Entré a Mercado Libre pensando que seguro estaba la foto y me encontré.... ¡¡¡¡al mío!!! vale diez pesos. Creo que debería recuperarlo).
Aunque es cierto, en el ´83, todavía, no se lo nombraba mucho a Marx.
Hacíamos movilizaciones por el edificio propio e inventábamos unos cantitos, como el que decía, con la música de "fumando un puro, me cago en Aramburu":
"En una silla, me cago en Cuevillas
y si se enojan, me cago en la de Ruiz.
Y si se siguen, se siguen enojando,
me cago en Pistoletti
y en Tecera de Franco".
Todos ellos eran profesores que habían tenido un rol importante en la carrera cuando la dictadura militar.
Y otro, que hasta donde me acuerdo, decía:
"Cuevillas, puerco y cochino,
esta semana te pedimo´el edificio.
Si no nos das respuesta ya,
la otra semana tomamo´la facultad.
No tenemos profesores,
ni aulas tenemos ya
[...]
esto no se banca más".

18 agosto 2008

Rafaela en la ruta

La onda era hacer unos cedés ruteros, de esos para viajes largos, cantando a viva voz canciones de Julio Iglesias, Camilo Sesto, Nino Bravo, Nicola di Bari, Dyango...
Laura me contaba que a algunos de ellos los escuchaban sus viejos. Y me acordé de que el mío escuchaba a Rafaela Carrá.  Y ahí encontró ella este video, imperdible. 
Lo de Capusotto no es genio, viejo. Es plagio.
Qué grande Rafaela.

Me detendré en este breve presente. Merece verse

La onda era hacer unos cedés ruteros, de esos que -como más o menos le escuché decir a Guille- "cuando volvés el día del niño a las 7 de la tarde por la Panamericana a paso de hombre, no te importa, sólo cantás" y buscar temas de José Luis Perales, Julio Iglesias, Nino Bravo, Miguel Bosé, Manolo Galván, Camilo Sesto, José Ángel Trelles (ver "las calles y sus nombres, acá al lado) y tantos otros. Me contaba Laura que a algunos de ellos los escuchaban sus padres y me acordé de que mi viejo escuchaba a Rafaela Carrá. Este video que encontró no tiene desperdicio. Lo de Capusotto no es genio, viejo. Es plagio. Me detendré en este breve presente. Merece verse.

16 agosto 2008

Los nac & pop

El Partido Intransigente se decía un partido nacional, popular y revolucionario. Sesgo identitario que adquirieron varios partidos y movimientos políticos de la época, herederos de algún peronismo, no todos, sólo el nacional, popular y revolucionario que no podría con exactitud decir cuál es (años más tarde, el mismo MTP -"Movimiento Todos por la Patria"- retomó aquellas banderas coronándolas trágicamente en su acción de Copamiento del Regimiento 3 de Infantería de Tablada en 1989) y que aún hoy (también en su caricatura) obtiene su melancólico reconocimiento tras la sigla "nac&pop".
Signo propio de la post-dictadura, el Partido Intransigente agrupaba ex-militantes setentistas, nuevas generaciones de jóvenes que recién se hacían a la política y viejos punteros que, después de las más que retardadas acciones de la "Multipartidaria" pretendían volver a ocupar su puesto en una política que parecía, por fin, renacer de las cenizas.
Claro, visto ahora yo también digo "cómo querés que saliera algo bueno". Qué piolas.
Pero cierto es que en los primeros años de la democracia, configuraba un espacio político plural, interesante, hoy diluido, inexistente y peor (¿o mejor?) aún, irrecuperable.
En el año '83, en el PI, se cantaba:
"Somos la patota del doctor Oscar Alende. Largue todo y venga volando que se está gestando la revolución" (éramos taaaan boludos)
"Rojo y negro en Nicaragua, rojo y negro en Salvador, rojo y negro Intransigente para la liberación" ^^
"Alende, Alende, Alende no se vende", a lo que algún grupete malintencionado respondía "se alquila, se permuta, viejo choto hijo de puta"
Y otras.

05 agosto 2008

Dos fantasmas

En esa época el fantasma quizás siguiera recorriendo el mundo, y aunque ya anduviera "ladeao..." la dictadura terminaba, era la época del "sevacabar" y "el pueblo unido", que jamás, jamás sería vencido.

Lo que se venía no podía más que ser bueno. Y nos sentíamos libres, militábamos, cogíamos mucho y sin forro (¡¡sin forro!!) que era el otro "se va a acabar". Nuestros ochenta en mis veinte, por estos lados.
Y en mis cuarenta nuestros dosmil y sólo un inofensivo fantasma caricatura de aquél, al que miramos melancólicos pensando lo boludos que éramos.

01 agosto 2008

Este breve presente

que perece, que debe tener en mente el enclenque revés del ser. Desde que llegué me ve, me mece. Cree que merece ser perenne, este presente, pretende ser excelente. Es breve. Es presente de retrete, repelente.
Presente, cese de meterse en mentes leves, espérese, ¿qué se cree? Deje de pretenderse rebelde.

De este breve presente he de beber, él me mete en este tren, en él deberé mecerme, en él deberé ser. Pereceré en este breve presente.

El Instante


Jorge Luis Borges

¿Dónde estarán los siglos, dónde el sueño
De espadas que los tártaros soñaron,
Dónde los fuertes muros que allanaron
Dónde el Árbol de Adán y el otro Leño?
El presente está sólo. La memoria
Erige el tiempo. Sucesión y engaño
Es la rutina del reloj. El año
No es menos vano que la vana historia.
Entre el alba y la noche hay un abismo
De agonías, de luces, de cuidados;
El rostro que se mira en los gastados
Espejos de la noche no es el mismo.
El hoy fugaz es tenue y es eterno;
Otro Cielo no esperes, ni otro Infierno.


Hoy y los mundos posibles

Xul Solar Vuel Villa - 1936

Nos tiraron entre siglos a estos breves presentes extraños, vertiginosos, decepcionantes, capitalistas, prepotentes. Estos presentes que se derraman en presentes anteriores y posteriores, gotean sobre mi teclado recuerdos y expectativas, otras épocas y las por venir, otras edades y las por venir. Y aquellos mundos posibles, que existen.