24 agosto 2009

Todo es según la lente del óptico que lo mira

"Todas las pasiones tienen dos sentidos, Juliette,
uno muy injusto, relativo a la víctima, y el otro,
singularmente justo, para quien la ejerce". [Sade]

Resulta que ante una sencilla y rápida observación de las cosas que pasan, las personas opinan, sienten e interpretan cosas distintas. Una manifestación en la calle podría ser un estorbo para un automovilista, la convicción de que loquepasaesqueenestepaísnadiequieretrabajar para un vecino del barrio, la posibilidad de más votos para un puntero, una buena fotografía -o la revelación de nuestra idiosincracia nacional- para un turista, un paso en la lucha por la emancipación para un militante, el coraje de luchar por lo que uno quiere para un manifestante, y tantos etcéteras como combinaciones de personas, clases y grupos haya.

Y podrá ser que combinaciones haya muchas, pero una clarísima cuestión -cuestión incuestionable- desde nuestra escasamente rigurosa disciplina o mirada, es que en tiempos y espacios delimitados esas combinaciones no son infinitas, es más: no son tantas. En tiempos y espacios variados probablemente lo sean, pasados insospechados, inexplorados o escasamente comprendidos, o algún mundo lejano posible y desconocido de espacios y épocas impensados, combinaciones distintas de cosas que hoy no conocemos.


Parece una boludez, pero no es... Hay circunstancias materiales, sociales, culturales, familiares, personales que producen esos "modos de ver las cosas", hay intereses concientes e inconcientes, diversas modalidades de extracción social, de formación, pertenencia identitaria que conforman esos diferentes modos de ver. Desde el sentido común –que siempre es útil y es bueno mantener afilado– es posible también comprender que “todo es según de qué lado te parás". El sentido común, pese a sus solemnes detractores, nos encanta a los defensores de las filosofías baratas y las sociologías de mercadito.

Entonces resulta que hay miradillas humanas actuales diametralmente opuestas entre sí, o levemente diferentes o casi iguales pero no tanto, sobre las mismas cosas que objetivamente nos pasan a todos.

Ese campo tan gris -el de lo ideológico-, Gramsci lo define como una "visión del mundo" hegemonizado por la clase dominante, que presenta su propio interés particular como si fuera el de todos (claro que por épocas eso no cierra y se nos viene un 2001), que lee e induce a leer la realidad con sus propias lentes, da o despoja a la realidad de su significado, manifiesta como contingentes cuestiones que son necesarias y al revés (ejemplos clarísimos entre cientos puede ser la elección de los "titulares" de los medios de comunicación masiva, o la exaltación y el nombre que la historiografía oficial coloca a un hecho histórico -esa cuestión del "descubrimiento de América" o la "Campaña al Desierto").

Pero como decía el filósofo: "no tan rápido, 99"

Al discurso hegemónico, en diversos niveles de lo social y con distinta efectividad, se oponen algunos discursos contrahegemónicos, que logran filtrarse, llenar de sentido -de otro sentido- los significantes vacíos: un discurso ecológico, así, puede ser progresista porque se articula con el discurso del bienestar general, etc., o la resignificación en su sentido social, igualitario, del concepto de democracia, hoy bastante devaluado en ese sentido. Los discursos contrahegemónicos son más efectivos -también- cuando sus demandas son apropiadas por otros sectores (las Madres y sus rondas desde el '77 comenzaron demandando por la aparición de sus hijos y terminaron representando la demanda por la investigación de los crímenes de Estado, el juzgamiento de sus responables y finalmente el retorno de la democracia, agrupando tras de sí otros movimientos sociales, partidos políticos, etc.). Antonito sostuvo, junto con otros marxistas más tarde, que en el terreno de lo ideológico es donde se manifiesta el conflicto social (¿puedo decir lucha de clases? ¿eh? ¿puedo?)

A la cuestión de la ideología Althusser le giraba la tuerquita un poco más sosteniendo que los canales a través de los cuales esa ideología se reproduce, se recrea, son los "aparatos ideológicos de Estado" : la escuela, las religiones, los medios de comunicación son encargados de transmitirla para asegurar su perpetuidad (de garantizar la -con perdón- "reproducción de las relaciones sociales de producción") en el poder, y la verdad es que en este ispa y en esta época no hace falta profundizar mucho para darnos cuenta de qué habla.

Por ejemplo, el otro día fui a una óptica a pedir un presupuesto para unos lentes. Me toca por puta prepaga Pförtner. Debo decir que además de no ser muy afecta a modas y marcas, nunca usé anteojos e ignoraba las peripecias de pasear por oftalmólogos, ópticas, y conocer la infinita cantidad, marcas y calidad de distintos marcos y vidrios -con o sin antirreflex- hasta el instante en que me dí cuenta -¿cuán tarde?- de que la enana no veía una vaca adentro de un baño.

Y ahí fui yo, a la concheta zona de la Recoleta, donde llegué a una especie de chópin (como dice Artur el peruano), un Blokbuster, un Farmacity de lo' anteojo, esa onda. Un lugar encastrado en el paisaje de la zona, perfectamente armónico con todo y la gente que lo caminaba y lo atendía, unos "ótpicos" (no sé por qué las comillas, la verdad, supongo que son realmente "ópticos", je) todos o jóvenes lindos o viejos con pinta de sabios (qué proces de selección de personal, pensé) .

Y resulta también que -mientras esperaba que me llamaran- en la tele grande, grandérrima, estaban pasando el noticiero de TN con la gente de la Villa 31 furiosa, tirando piedras y otros objetos contundentes contra la cana.

-Yo no sé, esto a mí me da una bronca, me da una impotencia, vení, pasá por acá. Me indicó el "óptico" pendejo y carilindo, con gesto como fruncido.

-¿Qué cosa te da impotencia? pregunté suspicaz mientras me acercaba, pensando en que SEGURAMENTE me iba a decir lo que segundos después escuchaba:

-Estos tipos. Hace media hora que están tirando piedras y la cana no hace nada.

Silencio...

-Se la pasan afanándonos, hacen lo que quieren y ahora mirá, la cana está ahí mirando, no reprime, no hace nada. Y ellos la pasan bárbaro.

Silencio...

-A vos te gustaría estar en ese lugar, ¿no? Digo, pasarla así de bien..., le dije.

Me miró un rato con cara de bobo: "no, no, yo digo que ellos están rompiendo todo y nadie hace nada", entre avergonzado y furioso.

-Ya hicieron. Un hijo de puta de la prefectura mató a una pibita de 17 años.

¿Qué es lo que permite ese desplazamiento tan impresionante para invertir los términos? ¿cómo operan los mecanismos ideológicos para que se pueda ver como una amenaza al sistema a quienes son, justamente, sus víctimas?

El discurso dominante excluye, criminaliza, juzga y condena. Invierte los términos. La clase media es su transmisora más efectiva, su garantía de persistencia. En una rápida operación de enroque se convierte en víctima (de la inseguridad, de los impuestos, del incremento del costo de los electrodomésticos) y demanda, exige al Estado que los proteja de ellos, sus victimarios.

Ese discurso oscila desde culpar al vendedor callejero de afear la ciudad o de competir deslealmente con los leales comerciantes (como bien muestra en su versión en papel, la maleducada revista Que de reciente y exitosa aparición, habrá que comprarla) hasta justificar, en un no muy lejano extremo, gatillos fáciles, "palizas" aleccionadoras, y mucho palo pa' que aprendan, pasando por un arco variado y pluralista. La izquierda no lo logró, por cierto. Pluralista-pluralista es la derecha.

Ah, y al final fui a la óptica del barrio. Me salió lo mismo, con antirreflex y todo.

18 agosto 2009

Esperas

Contamos día a día treintaydos días faltan para un puto feriado, qué proporción de mierda. Y en noviembre, carajo, ya no hay días, pensamos día a día llegar a fin de año para irnos de una vez del día a día, pero como excepción, no como norma.
Y volvemos y seguimos esperando.
Transcurren los días esperando esperando esperando un día más diez horas más de días para mí, para morir otro poco en una cama, una terraza o una plaza al solcito, como niños felices o viejos decepcionados. Como si la palabra vacaciones fuera poco menos que la felicidad más absoluta.

Y que crezcan los chicos, esperamos, decimos que queremos que sean independientes, para vernos más libres, o esperamos como esperaríamos antes formar una pareja, tener un hijo o dos, no más que tres, para verlos crecer y ser independientes y sentirnos más libres y esperar.

O buscando laburo y buscar y buscar y buscar desesperando.

O esperando que muera, de una vez, tantos días así, pensamos, que se vaya si ya no vuelve atrás y hasta nos da nostalgia su sonrisa entubada. Que empezó a irse yendo y se dejó de ir. Esperar que se vaya, de una vez, sin sonrisa.

O tener una casa y otras banalidades, esperar ser mejores o dejar de fumar, como si se pudiese, como si eso importase. Esperar cosas grandes, inmensas, cosas maravillosas, algo nuevo, vibrante, sin dejar de negar con la cabeza. Esperar que ese perrito de mierda se calle y me deje dormir. Esperar la mañana con insomnio.

¿Que haya un rumbo? ¿se vislumbre un camino, haya conciencia? esperar siempre trae estas incertidumbres, que hacia dónde nos vamos, que cuál es el camino. Este tiempo es un tiempo donde nada se espera. Quizás porque seamos la resaca de un siglo que todo lo esperaba, hoy no esperemos nada.

O nada más que el tiempo que falta para un día, un feriado. O encontrar un laburo, o que me haga vibrar. O que por fin se muera, o vacaciones.

U otras banalidades.





09 agosto 2009

Gracia' a Dió


-El marido de Cecilia, Edgardo, te habla. Ya me había sobresaltado el ruido del teléfono, y ahora esa voz, una frase de alguien que dice "marido". Tardé eternos segundos en colocar cada fragmento de pasado en mi memoria, Marido, Edgardo, Cecilia, esa voz, encajar esas cosas juntas diez años atrás, o quince (¿quince?) un laburo compartido, bien compartido y divertido, Cecilia, no éramos muy amigos pero por esas épocas solíamos juntarnos más. Amistades de laburo, toda una categoría efímera de amistad. Nunca había vuelto a verlos. Además, Ellos Vivían En Provincia.

-¿Cómo anda la familia? lanzó.

No me dio tiempo a pensar (¡¡¿¿cómo anda la familia??!!). Sobre el eco de mi inevitable "bien gracias" arremetió con una extraña verborragia donde cada tanto podía distinguir la palabra "Dios", que nos bendecía y eso era lo más importante a lo que yo -que no terminaba de reaccionar- sólo decía qué bueno, qué lindo intercalando con múltiples mirá vos, con la voz como si me hubiera clavado una pastilla de Roiphnol.

-Mirá, te estoy llamando porque Ceci está por cumplir cuarenta años.

Tengo que pensar algo coherente, esto es igualito que cuando me llama mi prima la pánfila. Debo setearme en modo persona normal, rápido, rápido.

-Ay, ¿cuarenta? ¡qué chiquita!- (¿pero qué me tomé? ¿cómo puedo ser tan idiota?)

-Sí, sí, bueno, ella no sabe nada...

-Ah, ¿en serio? ¿No sabe que cumple cuarenta?
(Ay, si alguien vio mis neuronas, por favor...)

-No, jajaja, lo que no sabe es que entre las amigas le están preparando una fiesta sorpresa.

Fiesta sorpresa. Para gente como yo que aborrece tanto las fiestas como las sorpresas (una amarga, sí), una fiesta sorpresa puede serme tan grata como el sonido del despertador un lunes a la mañana, o un dolor de oídos, no sé, algo feo. Pero ésta, además -no terminaba de comprender cómo- incluía a Dios. Y a cincuenta (sí, habló de cincuenta) personas que yo no conocía, entre los que iba a haber muchos niños de todos los colores y tonalidades de chillidos. Una fiesta, qué lindo.

-A mediodía la pensamos hacer, ojalá que haya sol, porque después a la tarde va a ir cayendo la familia, que son un montón también, igual mirá que es continuado, eh? la gente se va a la hora que se quiere ir, nosotros gracias a Dios, y eso es importantísimo, tenemos las puertas abiertas, completaba el Egar y cada frase me alejaba inexorablemente de la posibilidad de ir.

Durante eternos minutos me habló de su familia y de Dios y yo intentaba explicarle que no iba a poder ir ese día justo al mediodía de ese día a esa hora justo en ese lugar, resulta que los sábados no puedo porque la enana, porque justo tenía que estar justo a esa hora y no creo que y vos llamame cuando llegues a la estación de Adrogué.Anotá mi teléfono.

-¿Adrogué?

Repetí sin anotar cada número que él decía y erré por un dígito -sólo uno- a la hora de darle el mío.
Probablemente no vuelva a verlos y está bien que así sea. Dios sabe que está bien.

02 agosto 2009

Otros Mundos Posibles

Independientemente de elogios, críticas o diatribas, hay que reconocer aquella generación de los setentas dejó huellas. Esa combinación particular de épocas y gentes dejó sus marcas en nuestros hoyes y nuestras gentes, y esas marcas, esos signos, habrá que leerlos y buscarlos desde distintas perspectivas, interpretarse algunas como muros, o mejor, rejas electrificadas que separan, dañan y abren brechas. A otras como suturas, como buenas cicatrices, señales de lo conocido, vivido y aprendido. Y otras, también, como heridas aún sangrantes que pretenden, quizás, persistir como tales.

Es innegable que esa generación fue protagonista de la realidad social de la época, que intervino, que produjo, que inventó formas nuevas de intervención en lo político. Si la cuestión del cambio social es probablemente el tema político imperioso por excelencia (tanto sea desde la perspectiva de quienes quieren conservar el orden social como desde quienes quieren cambiarlo -no necesariamente hacia sociedades más justas- incluso también desde quienes manifiestan no tener interés alguno en el tema), la discusión acerca de hacia qué configuraciones se deberían ir orientando nuestras sociedades y qué rol tenemos -y adjudicamos a- los sujetos, las organizaciones, las instituciones y el Estado (o el no Estado), indica de algún modo la forma en que la política se desenvuelve en cada época y en última instancia, cómo se ve a sí misma (dato corroborable en, por ejemplo, las diversas publicaciones de la época, no solamente políticas sino -y más bien- culturales, periodísticas o de actualidad: como decía Raymond Williams, para cada época histórica hay revistas hegemónicas, contrahegemónicas, residuales y emergentes, indagarlas también es bucear en los modos como se desarrollan y sostienen los discursos hegemónicos o contrahegemónicos. Interesante también, entre otros muchos indicios, considerar los graffitis y las pintadas de cada época, pensar nomás en los de los setentas, los ochentas o los actuales).


En los setentas existió -en el país, en América, en occidente, en el mundo- un discurso tan claramente contrahegemónico (que combinaba la latente posibilidad de un cambio con el deseo de que existiera y la necesidad de actuar), como implacable fue su derrota y probablemente ambas circunstancias nos interpelen hoy. Nos dan bronca, tirria, admiración, envidia, nos provocan, nos confunden, nos preguntan. Están formando parte de un presente que no puede -y lo intenta, bien que lo intenta- desentenderse de ellas. De las circunstancias, digo, siempre las circunstancias. Y uno. Una. Porque también, como reza el lema feminista, lo personal es político.

Pero cargamos con ello y de la derrota tampoco nos hemos sobrepuesto. Lo cierto es que después del horror de la dictadura en nuestros lares, el advenimiento de la democracia no podía sino llegar con una euforia que -como toda tal- no iba a ser perenne. Aunque podía haber llegado a ser algo más que esa burbuja rápidamente desintegrada en cientos de pesadas gotas después de lucir su brillo intenso y parecer eterna, sólo eso fue (el PI podría ser su mejor símbolo). Los ochenta también son nuestra responsabilidad, sus aciertos, y también y sobre todo su fracaso. Pero no es nuestra costumbre hacernos cargo, sino más bien hacernos los dobolus. Y así estamos.

En los setenta una generación sabía que esto no estaba nada bien y recreándose en un ambiente propicio, como si la mala semilla (la bella y mala semilla) cayera en terreno fértil, intentaron modificarlo, mejorarlo, imaginar otra realidad. El otro Nunca Más es, todavía, ese duelo, el de aquellos mundos posibles. El de, por lo menos, algún otro mundo posible. Algo.