14 diciembre 2011

De rencores, nostalgias y otros tangos

Que la vida pasa puede ser novedad sólo para niños, adolescentes, o adultos adolescentados eternamente. Que cuanto más pasa menos queda quizás sea la verdad de un momento reflexivo que muchos prefieren ignorar o negar, aunque negar la realidad no la cambie, pero también esa idea puede ser negada y qué carajo. Que nuestra idiosincrasia -la argenta- sea más bien melancólica es un hecho que basta mirar para entender, porque en Sudaquia la vida se sufre, los amores son tormentosos y la realidad es opresiva.
Pero igual puedo morirme mañana. Feliz.
Good show.

29 noviembre 2011

Cuestión contemporánea

Que haya maniquíes gordos podría verse como un notable progreso social.


Pero hasta que las maniquisas no vengan con una marcada celulitis, o las tetas caídas o los maniquises con los tobul chiquititos, la batalla no estará ganada.

22 noviembre 2011

Cuán antes

Todos nos morimos antes.
Flor de los treinta, nosotros de lo que querríamos o querrían quienes no quieren, sus hijos de tener la certeza de que estaban muertos (certeza que no se tiene, no se tiene), mi vieja de enseñarme algo, Seve de tenerlo en brazos, el negro de darse cuenta.
Quizás la vida sea sólo esperar a ver cuánto antes pasa.

09 noviembre 2011

Historia de estación

That Song Abouth The Midway by Joni Mitchell on Grooveshark 

Yo la había mirado antes de que se pusiera a llorar, por esas cosas que atraen de la gente, una mirada, un aspecto particular, su entorno, o tres personas que parecían venir a despedirla. Tras todos ellos (me pareció) pero sobre todo tras ella, casi aparecía dibujada la historia interesante, incluso antes de que se pusiera a llorar, no sé si por los ojos o qué. Ella sólo me miró más tarde cuando, sentada en el primer asiento de arriba del ómnibus de dos pisos, despedía a sus acompañantes, un hombre y una mujer de su misma edad y una chica que podía ser su hija, pensé. Quiero decir, lo que cuento no es una historia entre nosotras, aunque me hubiera gustado: sólo aparecí en su campo perceptivo cuando saludé sonriente, despidiéndome también de un amor, como su grupo de tres, despidiéndola a ella, en la estación de Retiro. Recién ahí me miró. No me sonrió a mí, sino al tipo que se quedaba abajo, y seguramente el destinatario de esa tristeza que se llevaba al viaje, me parecía. Lo miraba como si esperara salir de escena para explotar en un llanto y preguntarse por qué: no poder dejar todo allá y quedarse, no poder tener veinte años menos, no haber sabido hacer las cosas de modo de que hoy, ahora, desde arriba, no hubiera que llorar así, y, quién sabe, poder despedirse sonriendo como esta vez nosotros, meu amor y yo, sabiendo de nuestra próxima vez juntos.

La intuición (esto me lo contó él, su compañero de asiento y sentires durante las 15 horas de viaje) y no la convicción, la habían hecho apartarse veintisiete años atrás desde esa misma estación, saliendo hacia Santa Catarina con su flamante marido y del cual, unos meses más tarde, se embarazaría de Tomás. Y que no era él, mi vecino eventual de estación de Retiro ("rodoviaria", quizás diría ella después de tantos años de curtir la cultura brasileña), que despedía a la señora llorando sin importarle hipos, mocos, o ridículo: todavía somos jóvenes, vos querés tener hijos, esto no da para más, podemos probar otras gentes, otras realidades, otras vidas cotidianas, le dijo él, ese señor de barba lloroso a mi lado, veintisiete años antes. No había venido como hoy a despedirla, porque ella no se iba sola, porque no sabía si en todo caso le hubiera permitido irse, porque la amaba profundamente y pensaba que le estaba haciendo un favor. Cuántos errores vitales o cuántos aciertos podríamos reconsiderar si tuviéramos nuevamente la oportunidad, y sin embargo nos condenamos por naturaleza siempre a encrucijadas novedosas, inéditas, inescrutables. Un fragmento en un espacio de tiempo que nunca es igual a sí mismo, que nunca es, igual a sus ojos cruzándose con un amor intenso como quizás no lo fue, diciéndose te amo te amo te amo, como nunca amé a nadie, como nunca te amé a vos mismo, a vos misma hace veintisiete años.
Tomás y después Gabriela, hijos llenando momentos y distrayendo, y amores, idas y vueltas de la vida, trabajos, días. La vida misma para ella, o una serie de fragmentos incongruentes e inocuos para el cosmos.
Como fuera, el encuentro en Baires fue casual.
Se vieron desde lejos y los ojos achinados y sonrientes de él despertaron en ella la sonrisa. Repitieron sus nombres varias veces, primero en tono de pregunta, acercándose, y más tarde exclamándose, reconociéndose, añorándose. No se separaron hasta ahora, cuando quizás -de nuevo- se preguntaban cómo se hace, carajo, cómo se hace.

Todos tenemos nuestras novelas. A mí me gustan las que se cuentan solas.



27 octubre 2011

22 octubre 2011

El miedo a la libertad

Salta y Moreno, Baires, ayer

17 octubre 2011

Diatriba del asunto

Yo no sé si es justo decir que hay palabras jodidas, porque pobres ellas, qué culpa tienen del significado que les dan, o de la utilización que de ellas hacen o de su bastardización, ¿eh? ¿Qué culpa tienen ellas, en definitiva, de salir de las bocazas de quienes las profieren (de ser escupidas) o de emanar de los dedos de quienes las teclean (de derramarse en pantallas a veces impúdicas desde teclados indecentes)?

Quizás entonces habría que decir que las palabras son usadas jodidamente, pero eso sería penoso. Porque si sólo existen para ser utilizadas ¿cómo serían vanas, o desoídas, o malentendidas? ¿cómo sería posible ignorar o pasar por alto o evitar gritar? ¿Cómo tendrían ellas su propia autonomía y se desprenderían de nuestro estúpido balbuceo para lucirse con brillo propio libres de contexto? (palabras como improperio, o encrucijada, o digresión).

Entonces capaz que lo que hay son tipos de palabras jodidas, porque vienen jodidas en su intención, como el eufemismo, que intenta tapar, disfrazar, eludir, atenuar. El eufemismo presenta una versión berreta de la realidad, es su ocultamiento, su estúpido consuelo.

Y yo no sé la verdá si asunto es un eufemismo. Si lo fuera, debería ser una especie de eufemismo-comodín, un genérico como esos repuestos chinos que sirven pa cualquier cosa. Es una de esas palabras que habría que poner siempre entre comillas, porque se usan como con disimulo, tengo un "asunto" que tratar, ¿cómo te va del "asunto"?

Por otra parte, los asuntos del poder siempre parecen turbios, y tampoco suena muy simpático que haya una Comisión de Asuntos Legislativos, porque pareciera que quién sabe qué cosas se cocinan ahí de las que nosotros no tenemos ni la más puta idea.

El asunto también puede tratarse de meterse en los de uno, sea quien sea uno, y mejor vos metete en los tuyos, seas quien seas vos.

Y en una lógica inversamente proporcional, su intención se ve exasperada con el uso de su diminutivo: algo chiquito, inocuo, algo que tan poco vale la pena que ni siquiera amerita ser preguntado, tengo que atender un asuntito o tengo un asuntito con ella (aunque la cuestión de los diminutivos debería ser tratada globalmente, con preguntitas, problemitas, cuestioncitas).

Mejor hablamos de las cosas importantes.
El asunto es el siguiente:

10 octubre 2011

Una tristeza

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!
 [sar Vallejo, los Heraldos Negros]



Por qué la tristeza no tendrá la propiedad física de la materia, que si se comparte es porque se divide, o se diluye, o se evapora, y entonces se atenuaría. Pero esta tristeza no, esta tristeza se hace más fuerte y se afirma aunque se comparta, a pesar de nuestras manos y nuestros abrazos la sensación te inunda y es tan intensa y qué importa en quién más, qué importa nada de las cosas cotidianas, qué comemos, cuánto tengo en la cuenta o me hinchó las pelotas tu actitud, qué importa cualquier cosa en este instante, este momento en que sé que te preguntás por qué la tristeza no dará tregua ni le servimos un poco, un rato, cada tanto.
A lo mejor no nos terminamos de volver locos porque ya estábamos locos, dijeron. Y debe ser cierto, aunque se hayan repetido una y otra vez qué hacemos ahora.
Estaremos sin palabras, mezclando lágrimas y gestos de incomprensión y compartiremos aunque atenúe poco, casi nada, esperaremos con ustedes a que el tiempo vaya sanando, vaya venciendo, como suele acostumbrar, a las tristezas más profundas.
Porque si no no sé.

25 septiembre 2011

Ideas, torturas

La de la brevedad de la vida, la de no poder morirse cuando se quiere, cuando hayamos hecho nuestra revolución o hayamos sido felices o de puro embole, o cuando finalmente haya aprendido a bailar. 

La de nuestra paradoja social: dejar de ser iguales en el momento mismo en que nos escupen al mundo y estar obligados a la convivencia social. Ser la expresión misma de la injusticia.

La de la precariedad del amor, me perdonen románticos, enamorados, creyentes, persistentes, divulgadores, apologistas, novios, ex novios, amantes, esposos, adolescentes, amigos sensibles, poetas, músicos o guionistas de novelas.

La de la eterna suspicacia: nos mienten, conspiran, esconden, omiten, eluden, evaden, inducen, engañan, siempre, todo el tiempo, en todos lados, a todos los niveles, ellos.

La de nuestra tendencia a arruinar las cosas: en lo personal, en lo social, con el medio ambiente. Si no hay guerras inventarlas, si estamos tranquilos sobresaltarnos.

La de que la humanidá está cada vez más al borde del colapso. O capaz que eso es por eso de la globulización, váyase a saber. Hoy es mucho más fácil ser un cretino o un genocida, por ejemplo, y los efectos son más inmediatos y pueden ser más masivos,

la de nuestros variados motivos para la supervivencia o el suicidio,

la de nuestras faltas: humildad, conciencia de especie, amplitud de mirada, perspectiva.

La de poder dormir profundamente cada noche.

 
"La vida es un soplo", Fabiano Maciel y Sacha, 2006, fragmento.


[Para Fede, que acaba de estrenar profesión.
Y para Guile que pide posts … ¡¡con texto!! -valga la intención-]

16 septiembre 2011

Nunca, nunca, NUNCA MAS



Hermosa canción del Flaco, a 35 años de la Noche de los Lápices (para la peli Flores de Septiembre, sobre desaparecidos del Colegio Pellegrini)

06 septiembre 2011

Aguafiestas

Virrey Cevallos e Independencia, Baires, llegando tarde esta mañana.

04 septiembre 2011

Ch ch ch...

Cambiar de casa ya es complicado, ni te digo si la casa está repleta de fantasmas.
Cambiar simultáneamente de trabajo -un trabajo detodoslosdias- es un poco difícil, ni te digo si laburaste más de siete años.
Pero, muchachos, ¿blogspot?
¡Dejensén de joder!

En homenaje a los amigos de la mesa chica, mi versión predilecta (porque eso de  "Nova Yorki, Ipanema o Hongkongui" es impagable).

28 agosto 2011

Vine a nacer mal


Con treinta años de atraso, masomenos...
Amo esto.

22 agosto 2011

La subversión de estos días

Una de las notas de oscuro color en relación a estas últimas elecciones fueron las declaraciones del señor Duhalde al conocer los resultados. Deschavetado o no, el tipo puso en palabras algo que muchos piensan y pocos dicen, aunque sugieran, balbuceen o murmuren por lo bajo. Bah, en realidad lo dicen en voz alta también, sin ningún drama. No sólo -cuestión que despertó la sorpresa, iracundia, acusación, denuncia- la mención del término subversión, que sabemos demais que en este ispa debería usarse aludiendo exclusivamente al pasado, sino más ampliamente, la identificación de su discurso con un sector de nuestra derecha más rancia, que persiste a través del tiempo siempre igual a sí misma, increíblemente. "Actualiza" su discurso, e introduce entonces un término como "subversión", porque le sirve, y porque aprovecha además este revival setentista (después que me digan que Carlitos le pifiaba cuando decía de cómo se repite la historia, tragedia y farsa...). Renuncie, montonero. A la Cámpora, la Solano Lima, la Cooke  le ponemo la López Rega, la Vandor y la Isabelita, no? de última si no, ¿qué gracia tendría?  Pero creo que el dato es más importante porque delimita cierto arco ideológico y político de una manera bastante más clara.
El mérito de Duhalde es aglutinarlos, por qué no reconocérselo, aunque anden dispersos por todos lados:
Se mezclan entre sus apologistas  garcas, fachos declarados o inconcientes, señoras de la hái sosáieti y de la clase media, jovencillos imberbes vírgenes, trolas de toda trolez, universitarios de universidades públicas y privadas, putos, blanquitos taxistas, ingenieros, gorilas de los más puros, católicosapostólicosromanos, señores de negocios, militares, periodistas, chicos bien y señoras de su casa.
No son muchos, se vio que no eran muchos y  ya más o menos se analizó de dónde, por qué,

[Esperábamos con Lau en la esquina a que el semáforo nos permitiera cruzar, mientras un señor bajo y gordito de unos sesenta y cinco años cruzaba correctamente por la lateral. La camioneta venía rápido por la avenida y el señor obstaculizaba su intención de tomar la lateral rápidamente.
-¡Apurate, gordo pelotudo! -le gritó el camionero.
Nos cruzamos las miradas, él sólo hizo un gesto.
-No hay que escuchar estas cosas, -le dijimos, consintiéndolo, haciéndole saber que estábamos con él, que además de haber sido grosero y bestia, el peatón debe tener prioridad y esas cosas. Ese acuerdo efímero, ese espacio de identificación instantánea no podía durar nada. El tipo agregó:
-Esto es lo que votaron. Jueces trolos, Shoklender, esta gente.
Se metió en el colegio religioso privado de la santanosecuánto de nosequién]

y no sé cuánto importa. Exabrupto o no,  incluso, esa nostalgia de una época donde las cosas se dirimían de otra manera (basta mirar un cacho los comentarios de Perfil, sí, soy masoca y qué), hay un odio de clase, cultural, político, hacia un enemigo que para ellos continúa siendo la "subversión", aunque tengan que detenerse ha decir "lo han sido", por si acaso, por eso de rozar el borde de lo políticamente correcto hasta para la derecha.
Quizás, no haber entendido que las cosas cambiaron sea parte de la derrota, quedarse confundidos en un enemigo que ya no existe (más allá de que algún trasnochado  -demasiados para mi gusto- flamee la bandera de montoneros o siga cantando "y los desaparecidos compañeros peronistas"), digo, más allá y a pesar de, la subversión de estos días no lo es, porque juega en el terreno de lo políticamente posible, y encima obtiene una aplastante mayoría de votos, a pesar del veneno que destile Duhalde. No, señor, eso no puede ser subversivo. No pareciera haber ningún intento de subvertir absolutamente nada en estos días.
A excepción de Altamira, ponele.

04 agosto 2011

Un clásico

Pedernera y Bonifacio, Baires, esta mañana

18 julio 2011

Cosas que pasan en un viaje II

-Ochocientos diez pesos, -dijo ella. -Por si no te acordás, te dí ochocientos diez pesos.
-No tenemos que hablar de esto ahora. Pero no.
-Yo sí tengo que hablar de esto ahora. ¿Cómo que no? ¿Cuánto te dí?
-¿Si no qué? ¿Se acaba el mundo si no hablamos de esto ahora? Quinientos me diste. Quinientos diez.
-Sí. MI mundo se acaba si no hablamos de esto ahora. Está bien, ahora me estás robando.

Discutían así, dos cosas simultáneamente, como si tuvieran cierta práctica. La línea E del subte suele ser muy ruidosa, pero quedé frente a ellos cuando las puertas se cerraron. Era imposible no escuchar. O moverse.

Sus frases eran breves, de una ira contenida quizás por mi presencia involuntaria. Rondarían los cuarenta, pero ése y otros detalles los fui viendo después. Otros los fui inventando por diversión o gajes del oficio, por ejemplo que ellos no suelen tomar el subte a menudo, o que no viven juntos. Clasemediaporteñapropietaria. Ufff.

Antes de todo eso lo que sentí fue la voz de dos personas, hombre y mujer, que discutían en voz baja.

-Acordate, te di ochocientos diez del piloto que le regalamos a tu papá.
-No voy a discutir esto ahora. Y no fueron ochocientos diez.

No debe haber sido, o capaz que sí y yo estaba justo ahí, yo sentí como una cosa física. Quizás sea cierto lo de la vibra, lo de las ondas, sentí como si un impulso eléctrico los atravesara. O quizás los sentimientos cuando son muy profundos se hacen carne. Estas últimas frases las dijeron entre dientes, con una rabia intensa como pocas veces presencié.

-Entonces ¿sabés qué?, -dijo ella furiosa, y abrió su cartera. Tuve que apartarme un poco.
-Tomá, -le dijo, y le puso unos billetes en la mano, -ahí tenés entonces.

Tanta violencia en tan poco espacio, con tan poca libertad de movimiento, sin posibilidad alguna de gritar.

En La Plata se bajó bastante gente. Su ropa era fina, pude ver.


Él le tomó la mano, le apretó la muñeca.
-Guardate esto ya.
-No, si te lo debo, tomalo, -y le metió la mano con los billetes en el bolsillo del piloto. Lindo piloto, tenía.


Apartó la mano de ella con los billetes. Se había puesto feo en serio. A mí me hubiera gustado ver los billetes desparramándose alegremente frente a la mirada atónita de todos, pero no. Ella los tenía bien agarrados. Y en un gesto altanero soltó su mano, abrió su cartera, su billetera, colocó los billetes y cerró todo, de una manera tan brillantemente sincronizada que apenas terminó, las puertas se abrieron y ella salió, diciendo:
-No nos debemos nada.

La escena fue patética. Pero qué salida.

13 julio 2011

Impresiones secundarias

A la (ex) enana, que preguntaba 

Durante 13 años, entre mis 26 y mis 39, di clases en colegios secundarios. Alguna reminiscencia estoy empezando a tener, ahora que esta hija va abrazando inevitablemente la adolescencia, y me acordé (le contaba) de algunas mesas de examen que integré.
Solían ser de disciplinas afines, sociales, pero también podían tocarte otras.

Las que recuerdo como más divertidas siempre fueron las de francés, pero es irreproducible por acá. Yo siempre tenía que hacer malabarismos para no estallar en carcajadas cuando los pibes más vagos tenían que pronunciar "fgreeeeeeere" como ella, "poniendo la boquita así" y emitiendo sólo sonidos guturales.
De otras más fáciles de contar, recuerdo:

I
De Historia, 3º año (moderna y contemporánea)
Profesora: -Mencione una de las reformas de los Borbones
Alumna (piensa largo rato): -¡el ferrocarril Buenos Aires-Madrid!

II
De Química, 4º
Profesora: -Dígame la composición química de la madera
Alumna: -Esteeee.... bueno.... eeeee.... está la sustaaaancia....
Profesora: -¿Síiiii? Siga, siga
Alumna: -esteeee que tiene carboooono.... hidro esteeee nitro.... hidrógeno
Profesora: -Siiiii´? Qué más? ¿Cuál es la sustancia principal?
Alumna: -eeeee..... esteeeee
Profesora: -Ce- lu.....
Alumna: -¡¡¡¡¡Celulitis!!!!

III
De Geografía, 3º
Profesor: -Y dígame... ¿por qué la corriente oceánica del Golfo es cálida?
Alumno: -eeeeee.... esteeeee... eeeeee....
Profesor: Piense, piense
Alumno: -eeee.... esteeee....(piensa, cierra los ojos)
Profesor: -Vamos, razone.
Alumno: -¡¡Porque los peces nadan más rápido!!
Nos quedamos un segundo los tres profes pasmados, y el de geografía:
-Ah, claaaaaaro. ¡¡Por fricción, dice usted!!

10 julio 2011

Humanum est

Los sociólogos denserio y los de mercadito decimos que no hay nada natural en los seres humanos, o lo que es más o menos lo mismo, que todo lo humano es natural, porque es la propia naturaleza humana la que puede producir los más variados efectos, conductas, relaciones, realizaciones, contextos (escribo mientras compro tierra para mis plantas por mercadolibre. De la naturaleza a su mesa).

[de viaje con la mochila, de nuevo, en el Sur, cuando éramos jóvenes, felices e indocumentados. Mandarse por caminitos, montaña arriba, en lugares casi vírgenes pegados a la Cordillera, y subir y subir y subir y subir, mientras escuchábamos cada vez más cerca la caída del agua. Y de pronto, la maravilla: la cascada sobre el lago turquesa, las piedras, las flores, el cielo de un azul intenso. Y cuando lo ví dije sin pensar (la especialidad del casa): "¡¡esto es tan lindo que parece artificial!!].

Las gentes somos de diversas maneras y nos relacionamos entre nosotros de diversas maneras, y eso podrá estar condicionado por el contexto y otras yerbas, pero no está predeterminado. El modo como encaramos las relaciones con los demás, podría (acá sólo hablo por los de mercadito) condicionar (darle forma) a la realidad social, e'cir, al mundo en el que vivimos cotidianamente. No es lo mismo (ni hay una determinación fijada para) establecer relaciones más democráticas y simétricas (en la familia, en el laburo) que relaciones autoritarias y jodidas, entre unas y otras todas las formas son posibles y nosotros y nuestras circunstancias somos los responsables de producirlas.

En todo caso, no hemos sido exitosos, los seres humanos, en esto de crear sociedades o colectivos muy democráticos, ni siquiera en establecer mejores relaciones entre nosotros ¿no? No lo hemos sido -no lo somos- los argentinos (no jodamos), no lo ha sido la izquierda (muchachos), las gentes de izquierda, nosotros (no jodamos, muchachos)...

Digo, no necesariamente tenés que llevarte para el orto con tu ex, maltratar a tu empleado o atosigar a tus hijos. No es algo que esté escrito en lado alguno que haya que ser celosos o que sea necesario castigar a tu hijo para que entienda. Ninguna corriente social nos lleva a ser machistas o histéricas, y no se trata de ninguna condición social ni cultural ni política ser un cretino o un manipulador. Habrá condicionamientos sociales, culturales, qué sé yo, hasta biológicos, pero en ningún lugar está escrito que haya que martirizar a nuestra pareja, ni se es muy hippie por tratar bien al prójimo, sea el prójimo que sea. 

Y sin embargo.
Y sin embargo, lo que es peor, entre gentes que dicen ser, pertenecer, empatizar, acercarse, coquetear, conocer o frecuentar cierto arco ideológico político cultural emotivo afectivo anal de las izquierdas.

¿A quién cargarle el fracaso? ¿A la caída del muro? ¿a la derrota de los setenta? ¿a la dictadura? ¿a los populismos? ¿a la condición humana? ¿al descenso de River?










¿Y hacernos cargo?

26 junio 2011

Vueltas

Hasta que un día, redepennnte, se da vuelta otra hoja.
Qué lo parió.

20 junio 2011

Historias de otros siglos

Primer tema de contexto: 





No sé si a toda nuestra generación, pero a nosotros, al flaco y a mí, no nos importaba nada. Vivíamos leves, felices, despreocupados, al día, disfrutando amigos, libertades y expectativas de las próximas horas y no mucho más allá. Improvisábamos, todo el tiempo: trabajos, relaciones, formas de ganarnos la vida, filosofías, vacaciones. Así "organizamos" ese viaje al Sur (y otros tan locos como ése). Juntamos cuatro cosas, pedimos prestadas otras y salimos en un tren hacia el camino, a esperar a ese auto que nos lleve por las....

"Veinte días", dijimos al partir y recién dos meses después, cuando no hubo más remedio, emprendimos la vuelta. Si existe el paraíso, debe ser como El Hoyo, en Epuyén.



Volviendo, de nuevo en la ruta. Poca agua, cansancio, mucha tierra y el peso de una mochila llena de cacharros,esta vez sin latas ni paquetes de arroz, sin un centavo, pensando sólo en una ducha caliente,  unas milanesas con papas fritas a caballo (posibles a través de la -siempre salvadora, siempre infalible- venta de las piezas de plomo y bronce que el flaco acumulaba de sus trabajos de plomería y gas) y una cama con colchón. El paraíso de nuevo, vaya inversión de las cosas.

La camioneta nos había dejado en el cruce de un camino donde sólo un cartel nos dio sombra hasta que se fue haciendo el mediodía y el sol nos atosigó de modo implacable. Estábamos en medio de la nada, a la salida de Piedra del Águila, en Neuquén. Horas parados en la ruta, sentados en la ruta, acostados en la ruta. Horas aburridos, sedientos, desesperados, tranquilos, ansiosos, melancólicos, leves, felices.

Segundo tema de contexto:




Cuando el atardecer comenzaba a caer y parecía que nos íbamos a quedar a vivir allí, el Scania -nuevísimo- paró varios metros más adelante. Demoramos unos segundos en confirmar que paraba por nosotros, que nos invitaba a subir, y corrimos: corrimos como pudimos, desbaratados, contentos, aliviados, hasta llegar a la puerta abierta de ese monstruo inmenso, imponente, con un hombre adentro que nos miraba con tono severo.

El Polaco -así se nos presentó- era un tipo de unos cuarenta años, alto, parco, con unos ojos de un claro impresionante, quizás más en contraste por su piel curtida en días, semanas de ruta. Nos presentamos brevemente, casi no nos miró y arrancó.
No era raro que los camioneros nos dijeran -y por eso no nos sorprendimos al escucharlo- "voy hasta acá nomás", hasta el pueblo más cercano, para tener la posibilidad de medir, evaluar si podríamos ser buenos compañeros de ruta los restantes 1200 km a no más de 80 km por hora, y en ocasiones a mucho menos. Ya habíamos andado la ruta bastante, ya sabíamos de algunos códigos que como todos en la vida tiene sus  instrumentos, sus preconceptos, sus sobreentendidos, sus normas no escritas.
Y agregó: -por lo menos allá pueden parar y tomar algo, ya es un pueblo.
Mucho no hubiéramos podido hacer nosotros, que estábamos como se dice "a la buena de Dios", viendo cómo llegábamos, así sea arrastrándonos, hasta el depto de Once que alquilaba Fernando. Si el Polaco iba a Baires, tenía que llevarnos. Pero cómo laburarlo, si parecía inexpugnable.
Durante eternos 15 minutos, después de la presentación, ninguno de los tres emitió sonido alguno.
Él sólo fijaba sus ojos en la ruta, achinándolos, parecían destilar brillo propio. No nos miraba, no nos hablaba, sólo conducía concentrado. Quizás tenía conciencia de su poder y lo disfrutaba, quizás no le importábamos mucho, o quizás, podía ser, nos estuviera midiendo en silencio.
Destruyó sin compasión nuestros dos intentos (los del flaco, en realidad, yo sólo persistía en mi mudez) de conversar sobre el clima  y el estado de las rutas, asintiendo levemente y sin dar pie para seguir, y comenzamos a sentirnos levemente decepcionados, desesperanzados, cuando vimos, yo creo que los tres al mismo tiempo, al costado de la ruta, una cuadrilla de policía controlando el tránsito.

-La yuta, -dijo casi por reflejo el flaco, y la cara del Polaco pareció contraerse. A ninguno nos gusta la policía, eso es parte del folclore. Pero el Polaco se puso exageradamente tenso, comenzó a sudar, y fue tan notoria su incomodidad que me asusté. Recuerdo haber pensado algo así como: "cagamos, ahora resulta que éste viene trayendo merca o contrabando y quedamos pegados como dos boludos". Estaba segura de que el flaco, que lo miraba consternado, pensaba lo mismo.
Tan violenta fue la situación que hizo casi inevitable la pregunta de mi compañero: -Polaco, ¿está todo bien? -mientras el camión se acercaba cada vez más hasta que estuvimos seguros de que no iban a pararnos, se mantuvo serio, casi pálido.

-Sí, sí, está todo bien, -dijo, mientras los dejábamos atrás, y suspiró aliviado. -Pensé que el cobani nos iba a parar.

El silencio a continuación pareció todavía más largo y yo demoré en entender por qué. No terminaba de saber qué le pasaba al flaco, ni había escuchado nunca -aunque podía deducir su significado- la palabra cobani.
Aguantó dos, tres minutos, pero yo conocía a Fernando, no se iba a quedar callado.
-¿Cobani? -preguntó. Y la pregunta sonó rara, porque ya hacía unos minutos que habían resonado las palabras del Polaco. Siguió otro silencio, y el Polaco por primera vez desvió su mirada de la ruta, giró su cabeza hacia el flaco y escuchó serio, como si supiera lo que venía, su siguiente frase:
-Eso es léxico tumbero, che.
El último gesto que pensé presenciar fue la sonrisa canchera pero cómplice del Polaco, como si recién se percatara de nuestra presencia, o al menos, como si recién pudiera pensar en disfrutarla.
-¿Y vos cómo sabés?, retrucó, acentuando el "vos" y achinando todavía más los ojos.

Yo hablo como testigo y cuento esto muchos años después. Quizás algunos detalles se me borren de la mente, quizás recomponga hoy algunos gestos del Polaco a mi gusto, quizás complete con exclamaciones de Fernando que probablemente no haya hecho, pero esas sutilezas no alterarán los hechos.

Sé que fue poco tiempo. Un minuto, dos. O unos segundos, o la diferencia entre el día y la noche. La eterna variación de los tiempos, la eterna variación de sus instrumentos de medición. Ese espacio antes del convencimiento de que el otro podía ser un depositario natural de nuestra confianza, aunque haya sido segundos antes (y lo será probablemente después de todo esto) un perfecto desconocido.

-Estuve chupado, -dijo. Y agregó, unos segundos después:
-Los milicos.

Y se quedó mirándolo. Los dos nos quedamos mirándolo. El Polaco parpadeó, abrió apenas los ojos, serio, y dijo a su vez:

-Yo estuve sopre. Maté a un botón.

El viaje de días de regreso a Buenos Aires lo recuerdo como uno de los más extraordinarios que hice en mi vida, con un Polaco cambiado, entusiasmado, serio y generoso, contándonos los pormenores de una historia policial increíble invitándonos a comer a nosotros, famélicos como estábamos, en los mejores paradores de la ruta, y tomándonos todo el tiempo del mundo para volver. Dormimos en hoteles, en la ruta, en la carpa, programamos otros viajes, achacos, negocios de transporte. Fuimos amigos entrañables durante un tiempo mínimo.

Será para contar en otro momento esa increíble histora que nos contó, la de cómo mató sin querer a un policía que resultó ser el marido de una mujer con la que él, ignorante, salía. De cómo el tipo se le acercó furioso en la calle, después de seguirlos, cegado de celos y con su arma reglamentaria en la mano gritándole: -Te voy a matar, hijo de puta, -y de cómo el Polaco, un tipo tranquilo, hasta ese momento chofer de larga distancia de ómnibus, asustadísimo, adelantándose inevitablemente a su furia y golpeándolo con un gancho desde abajo, lo hizo caer y golpear la cabeza, fatalmente, contra el cordón de la vereda.

Será para contar, también, la de los años de su juventud pasados en la cárcel, homicidio culposo pero homicidio al fin e imperdonable homicidio por ser un servidor de la seguridad pública por más que haya sido un loco machista hijo de puta y golpeador. También lo aprendido y conocido durante todos esos años, sus nuevos proyectos, tan distintos a aquellos que pensara antes de que todo se diera vuelta en su vida. Su historia increíble de cómo fue el perfecto chofer del achaco a un banco, persuadido por sus nuevos amigos de la cárcel, y de cómo con el botín, bastante tiempo después, se compró el camión con el que, lo más libre posible, llevaba y traía distintas mercaderías a lo largo y ancho del país. Alguien diestro con la pluma podría escribir una novela, de haber conocido al Polaco y a su historia.

Será quizás para nunca contar la historia de cómo me confesó su amor unos días más tarde, antes de volver a la ruta, avergonzado y valiente, hermoso, diciéndome cómo desde la primera vez que me vio (a mí, que en todo ese viaje sólo había sido una simple espectadora), le había movido el piso, el cuerpo y el alma y de cómo me dijo, triste, que ese era el motivo por el que nunca más nos íbamos a ver.
Por el que nunca más nos vimos.

22 mayo 2011

Comentarios desatinados

Si las torpezas se midieran en términos de la vergüenza que dan, la de hacer comentarios desatinados debería estar en uno de los primeros lugares, al menos para mí, que tengo varios otros problemas conmigo.
Siempre admiré a la gente que reflexiona antes de hablar, que se toma su tiempo, hace una pausa y después interviene con calma, seguridad, sabiendo lo que dice. Odio reconocer que no es mi caso . Me digo y me repito una y otra vez que debería ser más cauta y más calmada, me reto: "callate la boca", "pensá antes de hablar" y cosas de ese estilo, inútilmente: una y otra vez vuelvo a largar las cosas sin pensar, a decir lo primero que mis neuronas elaboran.
Desde chica, tengo recuerdos de haber sido involuntariamente impertinente, tengo una larga e ininterrumpida carrera en el decir de zandeces que me avergonzaron -la mayoría de las veces casi instantáneamente, hasta incluso antes de terminar de decirlas- y frecuentemente avergonzaron o enojaron a mi interlocutor, logrando que -si hasta ese momento venía pasando inadvertida- todas las miradas se posaran sobre mí.

I
Cursando mi quinto grado de primaria, la odiosa señorita Sofía resolvió mal un cálculo en el pizarrón y cuando le marcamos que había un error dijo: "-yo sabía que estaba mal, lo que pasa es que me hago la tonta", agregué, sin siquiera pensarlo: "-se hace lo que es".

II
Casi un año sin cruzarme con Alberto, un cumpa de facultad, viendo que le había crecido notoriamente la panza, se la palmeo diciéndole "-¿qué hacés, che? mirá cómo estás, ¿vos siempre cogiendo abajo, no?"

III
-¿Qué están, repartiendo droga? -les grité en el pasillo de la facultad a dos compañeros, que en ese momento se "transferían" un porrito.

IV
La novia de un amigo que conocíamos ese día, comentó que ella leía casi exclusivamente en el baño. Yo creo que ni la dejé terminar y largué: "-pero entonces, o cagás mucho o leés poco..."

V
-Yo uso 90 de corpiño, -dijo Blanca, la pareja de otro amigo.
-Pero después de hacerte las tetas ¿no? (dios!)




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16 mayo 2011

Dijimos

al principio vamos a querernos para siempre, la revolución es posible, hasta dijimos la muerte no importa, nos dijimos con otros siempre cuánto te quise pero ya fue. Después dijimos otro mundo es posible, o en este momento te estoy queriendo tanto o un día agarro y me voy a vivir al campo o nunca va a dejar de gustarnos salir mucho, todo el tiempo.
Que no teníamos miedo de envejecer, dijimos, decíamos, decimos apavorados. Que Caetano nos iba a gustar toda la vida o que nos alcanza con la gente que conocemos.
Cosas sobre trenes pasando y pelotudeces de ese estilo.
Ni que hablar de lo que pensamos, los de entonces.

10 mayo 2011

Chistes de yankis

Hoy lo pasó Claudia, y como no paré de reírme...


01 mayo 2011

Del trabajador, no del trabajo.


De otras vidas, encontré este genial folleto anarco de 1900, que os comparto, con la excusa de la efemérides.
Tan otros breves presentes...

29 abril 2011

Una edición en papel

Yo sólo cumplo años, pero la grossa es Guille, que me regaló esto.
Me da cierto pudor tanta boludez escrita durante unos años "plasmada" en un libro (lo virtual tiene la propiedad de ser más versátil), pero la edición artesanal quedó es-pec-ta-cu-lar.
Gracias de nuevo, Gui.

18 abril 2011

Cosas que pasan en un viaje

-Parece que seguimo así hasta Virreyes, -dijo el de traje y se rieron el de remera deportiva y la mujer que había quedado parada al lado mío cuando el subte cerró las puertas. No estaban cerca entre sí y yo trataba pero no podía encontrarles el denominador común: puestos distintos en una empresa, trabajadores de una galería, el cadete y los abogados, gente que siempre coincide a la misma hora en el mismo viaje, pero no, nada de eso encajaba bien, por edad, vestimentas, ondas.
Cómo nos compartimentamos, las personas.
-Ya te dije, Kevin, tenés que cambiar de actitud (le gritaba al Blackberry)
Me di cuenta de que esa voz femenina y algo estridente podía ser la respuesta cuando otros en el mismo vagón se buscaron las miradas. La situación me preexistía, preexistía a la estación Jujuy del E, quién sabe si no vendría de la misma Bolivar, pensé, aunque inmediatamente me pareció exagerado.
-Vos tenés que cambiar de actitud. Así, con esa actitud no vas a ningún lado, ya discutimos eso.
No hacía falta escuchar durante mucho tiempo para darse cuenta de que esas frases se iban a repetir a lo largo de toda la charla entre la chica del subte y Kevin. Y seguramente fueran las mismas al comenzarla, pongámosle Independencia, para darle tiempo a la gente a miradas, sonrisas, complicidades. Kevin bien podría estar escuchando lo que ella le recriminaba, o haber dejado el celu lejos de su escucha.
-Actitud, dijiste, tu mamá, conversar, reflexionar, actitud, futuro, cambiá, cambiá. Ningún lado, -siguió diciendo, indistintamente, incansablemente.
-Parece que Kevin no quiere entender, -opinó, el de remera que se había reído cuando el de traje dijo que parece que seguiríamo hasta Virreyes. Y un gordito, petiso, sonriente, dijo: -a ver cuál es, - y se acercó unos pasos a la voz estridente.
La gente del vagón, los primeros espectadores, nos invitaban a los nuevos a presenciar el acto.
-Vas a tener que pensar muy bien las cosas, porque con esa actitud no vas a ir a ningún lado.
Urquiza, Boedo.
Hablaba, se enojaba, parecía que la situación se extremaba. La chica exaltada, nosotros mirándonos, sonriendo, algunos hablando por lo bajo y uno:
-¡Kevin, hermano, cortale por favor!,
El chico lo gritó, desde lejos, hasta dónde había llegado la audiencia. Las sonrisas devenidas risas de todos instigaron a los más chistosos o corajudos. -Kevin, mejor andate ahora, todavía no es tarde, -Kevin, me parece que esto no está bien, algunas guarangas y otras que no escuché. No creí que Kevin pudiera escuchar todo eso desde su celular.
Cortó.
Creo que ninguno de nosotros podía haberla descripto, porque ninguno se animó a mirarla directamente. No se podía, lanzaba chispazos por los ojos.
Avenida La Plata.
El gracioso de remera y el de traje sonrieron más cuando se paró, pero en cuanto empujó y se paró adelante, otro dijo:
-¡Eeeeh, todos bajamos!
Yo lo ví en cámara lenta, por eso lo puedo contar. La mujer volvió lentamente la cabeza, su pelo rubio se movió despacio y dijo, con furia: -Perdón, ¿VOS ME HABLASTE A MÍ? (lo dijo en mayúsculas, yo estaba ahí).
Ni siquiera sé con certeza si era joven o vieja, podía jurar que tenía voz de joven pero me aterraba mirarla.
El chico primero puso cara de boludo, como si no fuera a decir nada. Cuando la mujer repitió la pregunta, el flaco farfulló: -Dije que todos nos bajábamos, que pidiera permiso.
-YO PEDI PERMISO, -dijo, a los gritos, como si fuera a pegarle.
-Ahora sí pidió permiso. Pase, por favor, -dijo el pibe y todos estallaron en carcajadas.
Como cuando uno siente que quiere más a su pareja, o a su mamá, o es mejor persona, cuando presencia peleas de otros, las estaciones que me quedaron hasta Varela transcurrieron en un sosiego mayor al de otros viajes.

14 abril 2011

Qué bien se te ve....

Otro asesino, otra perpetua

10 abril 2011

Reclamo

Olivera y Ramón Falcón, Baires, hace un tiempito
(el lugar fue, además, un ex- Centro Clandestino de Detención)

03 abril 2011

Diatriba de la primavera

Viendo una deliciosa lluvia otoñal que disfruto por primera vez en esta casa a través de la ventana pienso en que no es justo que la primavera sea la estación con mejor prensa de todas. Se podría entender un poco cuando se habla de edades personales (se supone que según la analogía entre estaciones y edades una estaría el otoño de la vida -¿están bien hechas las cuentas? No jodamos... ¿otoño? ¿cuál otoño? ¿cuándo pasó qué cosa?-) sólo si pensamos que cuanto más lejos de la primavera más cerca de la muerte (y la muerte, se sabe, es de todas las cosas lo que tiene peor prensa), pero es un pensamiento muy pequeño y me niego a suscribirlo porque la rueda seguirá girando sin nosotros más allá de destinos, méritos,  voluntades o deseos.


Pasa a veces que nuestras propias estaciones vitales se cruzan con lo que nos toca, para decirlo rapidito, y entonces parece que nos coinciden las estaciones.


Por ejemplo, en aquella época, agarré el envión y me mandé porque parecía que por lo menos eso había que hacer, en los ochenta. Manotear una bandera, la que más encajara conmigo y con mi "modus operanding" (pal careta de Javi ;-) , aprenderme las consignas y cantarlas. Ooooo somos revolucionaarioooos, ahora no me acuerdo bien, pero más o menos, así de raros eran los ochenta en los parajes por los que deambulaba en mi primera juventú (a ver quién te ganaba a zurdo. Hasta si eras peronista, mirá lo que te digo ¡¡o radical!!). La cuestión era que de una manera o de otra todos "andábamos en algo" político,  porque así fue esa época. Veníamos de un país que nos había mostrado sus colmillos feroces chorreando baba, amedrentándonos, y esa era la forma de salir del bajón. La calle era nuestra, cada barrio, cada esquina.
Y aquello fue llamado primavera.
Había un estado de ánimo generalizado de optimismo, producto de la sensación de que habiendo llegado al final del pozo, como cantaba el Nano


[me detengo un momento, algo indignada, para hacer una reivindicación, un desagravio, porque en mi grupo de birra de ciertos viernes hay unos imberbes irreverentes que vienen a cuestionar, desde la ignorancia y el desdén más supinos, la calidad del catalán, adhiriendo yo creo a cierta moda reciente: yo os digo, oh niñatos, que os documentéis: que no miréis tan sesgados por lo que les dejó el posmodernismo, el neoliberalismo, la ridiculización de la utopía, estos breves presentes que os tocó vivir. Que escuchéis, leáis y miréis con la cabeza y los oídos más abiertos. Y el bobo, también, por qué no. Un tipo que cantaba hermosamente, que escribía letras relativamente buenas pero cantaba las poesías de los enormes (¿demérito?), que fue tanto una expresión de aquellos años para más de una generación. Un poco de respeto, che.]


también por aquella época, sólo cabía (¿cupía? ¿quepaba?) ir mejorando.
La noción de primavera es promisoria, inicial, desprejuiciada. Lo por venir debe ser mejor, más libre, más ancho, renaciente, joven. Si coincide además con una juventud vital, el mundo por descubrir parece potenciarse. Y la primavera pareciera convertirse en  un fin en sí misma, igual que la juventud.


Puyo, Ecuador, donde siempre es primavera (2009).
Primavera de los pueblos fueron llamados los años efervescentes: la ola de revoluciones de los años 48 en Europa, después de las restauraciones monárquicas; también los sesentas en el mundo, donde parecía que todo podía cambiar, que -dicho en léxico flower power de época- las flores podían ganarle la batalla a las armas.
Primavera se llamó acá, unos pocos años después, a la camporista, quizás porque también se combinaron ciertas condiciones de efervescencia política con perspectivas de cambio (un tema aparte es la resignificación actual del camporismo como rasgo ideológico o identidad política -habría que ver trasladado hasta qué punto).

[Definición del diccionario de la sociología de mercadito: primavera: fenómeno socio-político producto de una determinada combinación de factores sociales (y políticos, culturales, ideológicos),  que posee al menos, tres particularidades: a) es de corta duración, b) hay un sentimiento compartido de optimismo -un estado de ánimo generalizado, y c) promete demasiado].


Pero pasa con la primavera que es una estación. Y contrariamente a lo que indica su nombre, la estaciones no se estacionan sino que transcurren, se podría decir que una de las principales características de las estaciones es que dan lugar a otras. Y entre las estaciones, pareciera que la primavera fuera más efímera, la que pasa más rápido (quizás por eso de que lo bue si bre dos veces bue). 
No sé bien si entonces dentro de la definición de primavera habría que incluir que terminan (y cómo terminaron aquellas).


Quizás sea porque la condición de la naturaleza humana es alternar, un devenir permanente entre modos posibles de compartir estos breves presentes y sus mundos sociales, entonces ni primaveras ni inviernos sino el propio oscilar entre estaciones pueden servirnos para ver qué pasa, qué nos pasa.

18 marzo 2011

Decidite

Bilbao y Pedernera, Baires, ayer.

07 marzo 2011

Ecología urbana contemporánea, una mirada de clase

De la falta de educación lo más notorio era cómo se llevaba cada objeto a la nariz y lo olía, sin pudor (el olfato debiera ser por naturaleza el más púdico de los sentidos, ninguno como él tiene la capacidad de adentrarse en intimidades sin intimar realmente, sin inmiscuirse pero conociendo), una agenda vieja, no sólo la sacaba de la bolsa de plástico y la miraba de un lado y del otro, la abría, la leía con dificultad: "tía Ele... E... Ele... na" y  su número de teléfono. Y la olía, como si pudiera oler a través del papel viejo y despreciado algo del olor de la tía Elena, cuando era joven y hermosa. Y olió lápices y otros papeles viejos, y cassettes y leyó y olió y apartó delicadamente su selección en un canasto improvisado en su bicicleta. Miró hacia la casa unos minutos y se alejó silbando.

De la mugre lo que más llamaba la atención eran las crenchas: se rascaba con el dedo roñoso la cabeza, casi con delicadeza, buscando el punto exacto en el que -probablemente el piojo- había dejado su marca. Miró cada libro con detenimiento, como si los estudiara. Nadie más que él podía haber establecido el criterio de su selección tan heterogénea, pero allí estaba la pilita apartada de libros, papeles de regalo y cassettes que guardó en la gran bolsa de plástico.

Del aspecto lastimoso, que tanto afea a nuestra bonita ciudad, lo más decadente era su ropa. Un pantalón mugriento y rotísimo, una camisa sólo cerrada por un botón que dejaba ver su panza y en los pies algo que en algún momento fueron zapatillas. Aunque lo que lo hacía peor que los otros dos no era su aspecto sino el hecho de haber llegado tercero. Sus antecesores habían seleccionado lo que consideraban mejor partida, y aunque probablemente su selección podía haber sido distinta, llegar al lugar cuando las cosas ya habían sido revueltas por otros era una especie de derrota. Quizás por la dificultad para ir por la calle empujando un changuito de supermercado, quizás porque sí había llegado primero en otra calle.

Cada nuevo peatón, ciclista, conductor de sulky o empujador de changuito pasó, durante toda la mañana, y seleccionó objetos de la caja que ya era desperdicio para alguien que la dejó en la calle y dejó un nuevo desperdicio para otro que sin embargo olió y realizó su selección también y así, hasta que sólo quedó un retazo de cartón sobre el que el mismo perro vagabundo, que siempre cagaba encima de las plantas, dejó esta vez su sorete, educadamente.

El tipo se quedó mirando por la ventana esperando que la tierra termine de absorber esa porquería.

01 marzo 2011

De la política, lenguajes

que se suponían perimidos:
nacional-popular, dirigentes, militancias, cuadros medios, modelo.
perimidos o en tren de:
radicalismo, izquierda revolucionaria, intelectual crítico.
que nunca deberían haber desaparecido:
libertario, solidario, representación, consenso, treinta mil.
que deberían perimir:
centro derecha, centro izquierda, nacionalismo, centro, alternativa progresista.
que nunca perimirán:
Estado, poder, violencia, manifestación, protesta, hegemonía, resistencia.
Y sangrar por la herida.

Con y Contra, Kandinsky, 1921

05 febrero 2011

Clarita, sus nuevos lugares

...quién pudiera tomárselo como ella...


30 enero 2011

Compra opcional recomendada

Está hecha con mucho corazón, dice el amigo Marce.

15 enero 2011

Los blogs y sus crisis

Los de toda la gente que leo, que leí y dejé de leer, que leí y seguiré leyendo, que leo cada tanto y de la que me nutro, de la que me regocija enseñándome nuevas cosas: músicas, sensaciones, teorías, paisajes, fútbol o nombres; aquellos que me llegan a las entrañas de golpe (como si recibiera un cachetazo inesperado y seco) con una poesía pese a que siempre digo que el género, a mí, viste....
Los de la gente que se enoja bien y le gusta pelear, y me hacen pensar "mierda con esta mina", porque frecuentemente son más las minas las más temibles y me encantan.
De los apasionados, que pueden decirse y contradecirse, como la vida misma.
De los que me hacen reir sola a las carcajadas. De los que me mostró Rochi y terminé guardando en favoritos, de los políticos en serio o en joda, o de los que pretenden ser serios y me hacen reír todavía más.
De los que casi me enamoraron, de aquellos que fueron una revelación, les puse todas las fichas y nunca pasaron del segundo post.
De los que por vía tecnológica me hacen sentir perfumes, sabores, aspirarme la naturaleza a través de la laptop. De los amigos que un día, sin decir nada, dejaron de escribir. De los que dijeron que iban a dejar y no dejaron, porque no pudieron.
De éste que también, como la vida misma, va teniendo sus crisis.

05 enero 2011

Ví pasar

cosas que antes no había visto:
a través de una persiana los pies de Rocío y a Clarita caminando entre ellos,
muchos años en pocos días,
ví pasar y quedarse amigos para dar una mano, para preguntar qué hace falta, para sugerir dónde habrá que poner una parrilla.
A Matilda, furtivamente, porque decidió vivir unos días en la clandestinidad,
al mundo real al lado mío, mientras transcurro en una especie de dimensión desconocida.

Libros, recetas de cocina, llaves de extrañas puertas de una casa que fue de otros lectores, otros cocineros y otros centinelas. Dos universos paralelos en antitética lucha por dominar(se) o persistir en el eclecticismo para siempre, como siempre. Infancias de otra, rastros de años de otrora, pequeñas almitas que persisten neciamente en los ambientes, hasta que pronto dejarán de sorprenderme, hasta que se integrarán al nuevo hábitat o morirán con la frente en alto deshaciéndose en el aire.

Cada cosa ví pasar estos días.