22 febrero 2009

Hay misterios

Tengo una especie de vicio coleccionista de cosas intangibles. Frases, recuerdos, chistes, sentires inciertos, cosas difíciles de aprehender a menos que se las escriba (que es una manera de sistematizarlas y quitarles de algún modo ese carácter de intangibilidad que las hacía interesantes, pero qué va´cé), o se las memorice. Pero memorizando, ya se sabe, se corre el riesgo de que lo olvidado  se camufle definitivamente, porque si no está en nuestra memoria no existe y así vamos por la vida ignorando que nos hemos olvidado un nombre, una frase, un vicio, algún amor...
Entonces cada tanto, muy cada tanto, las escribo.
Otro tema es que al escribirlas uno se ve en la obligación (la puta obligación, diría si no quedara medio feo) de clasificarlas. Y clasificarlas, siempre y cuando no lo hagamos en un solemne y convencional alfabético o cronológico (lo cual además de arbitrario y aburrido produciría que algo tan poco importante como el artículo inicial de una frase pudiera definir un orden) es meterse en un lío, como ya bien lo sabían John Wilkins o el mismísimo Foucault.
En esa clasificación le puse el nombre de "mis casualidades" a esta colección, porque justo no tenía muchas ganas de pensar. A decir verdad no creo que sea la denominación que mejor le haga justicia, pero cómo llamarlo: consta de azares inexplicables como de profecías autocumplidas, de misterios insondables de estos breves presentes o experiencias casi metafísicas, inexplicables, importantes.  De estúpidas insignificancias cotidianas o del azar decisivo, que reorienta rumbos.
Pero bueno, no tenía ganas.
Algunas de ellas:
Una vez viajaba hacia Uruguay tratando de ver si mi relación -ya distante y digamos que "tercerizada" (y blanqueada) por mi arte y parte- se recomponía o descomponía definitivamente. Caminando por Tigre rumbo al puerto de la Cacciola veo llegando al tercero en discordia hacia la misma lancha (insospechado de conocer mis movimientos ni de querer estorbar nuestros planes). Nos miramos los tres, yo casi presentándolos, muda. Sólo atiné a no tomar el mismo ómnibus una vez que la lancha llegó a Carmelo y los pasajeros nos distribuimos entre los que había esperando en la terminal. Dejamos que tomara el primero. Lo seguí con la vista, lo ví sentarse, tomar una birome, escribir algo e insólitamente arrojarme un papelito por la ventana con el nombre de una calle. Sólo eso, ningún número, ninguna referencia, ningún dibujo. Días después de pasarla mal con mi pareja, decidí recorrer esa calle (de unas 30 cuadras de "largor") y apenas la encaro, lo encuentro caminando hacia mí. Cosa e mandinga.
El otro día, navegando en Internet de puerto en puerta, las turbias aguas de mi aburrimiento me llevaron a una publicidad de Palito Ortega en plena dictadura, que comenzó en el exactísimo momento en que lo hizo en un documental del canal Encuentro, recién encendida la tele esperando que baje el video. Durante minutos observé pasmada ambas tranmisiones en una exacta simultaneidad. Nadie conmigo para dar fe y yo que no tengo ni una poca...
Mi abuela estaba enferma, eso es cierto. Pero llevaba varios meses así y yo nunca me duermo en los colectivos. Esa mañana me dormí camino al trabajo y me abuela me dijo en sueños dos cosas que no recuerdo, pero cuando llegué me dijeron que había muerto.
El delirante edificio en ph en que vivo, cuyos habitantes nada tienen que envidiarle a los de La Comunidad de Alex de la Iglesia, está en una especie de arruga del culo de la Ciudad de Buenos Aires, con perdón de tan grosera expresión. Inevitablemente la gente -inclusive los delivery del barrio- se pierde al llegar y al mencionar las coordenadas hasta los taxistas más expertos achinan los ojos demandando más información. En este insólito lugar vive un ex alumno mío, dos vecinos conocen a dos personas muy cercanas a mí y una tercera sabe muchísimas cosas de mi laburo. Hace unos meses, la mejor amiga de un amigo de otra vida se compró la casa de al lado.
Lo del libro de Pistoletti queda medio pelotudo al lado de todo esto, pero también es raro.
Hay más, unas cuantas más...

Actualizo, entonces:
Dos amigos míos que no se conocen, recibieron el mismo premio insólito en la misma ocasión.

08 febrero 2009

Saber combinar

Saber combinar no es un don menor. Hay gente que posee ese talento y produce unas combinaciones siempre asombrosas. De ropa, de sabores, de colores, de amigos.
Se visten de manera que siempre están bien, aunque estén de lo más informales o hasta deportivos, con todo lo que pueda odiar yo esa indumentaria. O pueden hacer magia con dos puerros y un tomate o saber qué especia pega con qué tipo de carne. O entrás a sus casas y quisieras vivir allí, tener esos muebles, esas paredes.
Los que saben combinar amigos organizan esas reuniones en donde todos nos sentimos cómodos, tan bien estamos con algunos que ya conocemos y otros con quienes seguramente podremos congeniar, que siempre vamos contentos, sabiendo de antemano que volveremos felicitándonos por no haber dejado de ir, por haberla pasado bien, por haber tenido un buen momento.
Cuando quien organiza la reunión no posee ese don, suelen presenciarse diálogos como éste:
-Estuve leyendo lo último de Pauls.
-Ah, tiene otro programa ¿no? Me gusta ese pibe.
-Son varios, ¿no?
-¿Y el que está bueno cuál es?
O
-Yo, cuando era pendejo, salía a pintar todas las paredes con la Pe y la Ve.
-Ah, ¿eras vos?
O
-Leí el otro día acerca de la rebelión del Taki Ongoi
-Ojo, ¡eso fue todo un invento de la prensa!
 Y otros parecidos, o distintos.