15 noviembre 2009

Paisito





El 29, en Uruguay, que hable la calle.

07 noviembre 2009

Agradable Des Orden

Miguel hacía relojes con papas y avioncitos con restos de una fotocopiadora que fuimos descartando de a pedacitos, molinos con restos de bicis viejas o juguetes destruidos por Facundo. 
Después se sofisticó un poco, pero sin dejar de perder un ápice de sus principios. El Tecnisferio es, en todo sentido, un lugar para conocer y la prueba de que el capitalismo será una mierda, el consumismo nos perforará el cerebro y el cambio climático nos pasteurizará, pero hay lugares por donde se le escapa el látigo y ahí tenés.
Para un fanático de las tuercas, los engranajes, pero sobre todo de la convicción de que podemos vivir jodiendo bastante menos al prójimo y al medio ambiente, para un, como reza la mención "peón del arte", el premio de la Des Orden de la Tuerca no es moco e pavo, no no no.
Que justo ese día Jóse, otro amigo, haya recibido el mismo premio, parece cosa e mandinga o parte de las cosas raras y agradables de este mundo, que sumaré a mi lista de casualidades (las buenas).


Mis respetos, a ambos.

05 noviembre 2009

El monje y el pez


Michaël Dudok de Wit, Francia, 1995

04 noviembre 2009

Descreencias

De cuánto es posible modificar lo existente, o peor: de para cuánta gente está mal, o es lo que es.
Y punto.
De la gente: si había, su hubo, si hubiera: bondad humana. De si sólo
el hombre es el lobo del hombre.
Y ya.
De si los pibes, si los desaparecidos.
De si la solidaridad.
De si poder escribir sin angustias.
De si  aquella generación fue la mejor que tuvo este país, pese a tantos (no Videla y Verplaetsen, sino los compañeros).
De si vale la pena, de si existe la mano estrechada hoy.

No sabemos. Yo no sé y qué hacer con eso salvo la sal.
Qué hacer con eso.

01 noviembre 2009

Money, money

Lo había empezado a escribir antes de que me pasara lo que me pasó. Antes de que me pase lo que me está pasando. Si fuera necia lo pondría en la colección de mis casualidades, pero no soy tanto. Que no haga nada -hasta ahora- por solucionarlo no quiere decir que no sea plenamente consciente de que tengo un problema con esto.
Escribía que

No debe pasarme sólo a mí eso de tener una relación complicada con el dinero. De una manera o de otra, todo el mundo la tiene, el otro día sin ir más lejos hablábamos con las chicas sobre dónde solemos guardar la plata y por lo pronto parece que resulta muy común guardar la guita en un broli (al menos entre este "target" al que pertenecemos y que me resisto a definir).
El "vos en El capital, seguro", que lanzó Nati no me causó ninguna gracia, más que nada porque me sentí sorprendida en mi secreto, una idiota (¿tan obvio era? ¿y en qué tomo, a ver, si sos tan piola? ¿eh?), pero ella dijo que la guardaba en La cámara lúcida. Claro, era para suponer, también, para una fotógrafa. Por otra parte, muy lúcida debe ser esa cámara, que le alberga los billetes. Y Barthes además siempre garpa.
Mariale dijo que solía guardarlos en Crimen y Castigo, extraña elección de un libro cuyo protagonista mata para robar y jamás usa ese dinero.
Laurinha, si bien compartió la costumbre de elegir libros, se abstuvo de mencionar cuáles, probablemente porque la conversación se dio en su propia casa.
El flaco la guardaba en el tomo "D" de la Salvat. "D" de dinero, decía, si no cómo carajo me acuerdo.
Yo creo que, todavía, en la biblioteca de su casa, en el tomo "D" de la Enciclopedia Salvat debe haber unos Patacones, tan colgado que vive.



Quizás después del 2001 la costumbre de guardar la plata en libros (o en casa y no en el banco) debe haberse tornado más común, al menos para la clase media bancarizada y ofuscada, enojada, autoinmolada (y que compra libros) y siempre víctima de las peores situaciones que en este país acontecen .
Porque siempre la liga la clase media, viste. O a quién le roban si no.

Entonces, como unos pelotudos, guardamos los billetes en algunos libros.

Será porque los ladrones saben eso (o los que entraron acá serán leídos) que buscan entre los libros, por eso cuando pasaron a visitarme dejaron toda una biblioteca desparramada por el piso. Extrañamente, lo del Capital no se les ocurrió. Quizás les faltó leer un poco más, quizás no llegaron.
Pero no era el tema de dónde guardamos la plata lo que quería comentar.
Ni tampoco acerca de otra clara complicación con el dinero que son, claro, los problemas económicos, que todos los tenemos, estoy casi segura.

Lo que quería decir es que si por algún motivo decido empezar terapia, si llego a buscar ayuda de una mai de santos o le pregunto a un cura o me hago tirar las cartas, o le pregunto a mi jefa que-te-arregla-la-vida qué puedo hacer con mi existencia, es por la causa que está en el  top ten de mis taras personales y sociales: mi relación con el dinero.

No es como con las llaves ni otros objetos conflictivos por naturaleza, si bien, claro, si hay algo que es conflictivo por naturaleza es la guita. La gente hasta suele matarse por ella, sin ir más lejos. Pero en mi caso es el billete propiamente dicho (y no la significación simbólica de su valor socialmente aceptado -o también, qué carajo-) lo que a mí siempre me trae bolonquis. Digo: los billetes suelen estar, en su mayor parte, prolijamente acomodados en bolsillos o billeteras, o guardados bajo colchones, adentro de aquellos libros o velando nuestra tranquilidad (aunque quién sabe), en el banco. O clandestina pero ordenadamente guardados en una valija, o dejados en la mesa con restos de arroz que el mozo limpiará después de levantar, decepcionado, resoplando y bufando.
O en los sueños de algunos.
Pero en general están en un lugardonde se los colocó intencionadamente.

A mí, en cambio, se me caen de la cartera, o me desaparecen. Aparecen tirados en lugares extraños de la casa, o arrugado en el bolsillo de mi campera uno prominente de 50 al lado de uno de 2, que seguramente caerá primero cuando busque las llaves o un pañuelo.
Cada tanto billetes grandes me aparecen en bolsillos pequeños y nunca sé desde cuándo permanecen ahí.
Una vez, por ejemplo, el brasuca insistió con que me quedara durante la tarde con ese billete grande, por si llegaba a necesitar moverme en esa cosmopolita ciudad de Rio, cosa que acepté para no generar discusiones inútiles. Esa fue la primera vez que ví ese billete. La segunda, giraba y giraba divertido en círculos junto al agua, mi pis, y mi convicción instantánea de que nada podía hacer más que saludarlo alegremente.
Otra vez, extrañamente, volvía caminando con Carlos y escuché caer uno. Lo juro, él puede dar fe.
Estoy segura de salgo con 15 pesos en la billetera y resulta que tengo 134, o al revés. He dejado propinas de 100 pesos pensando que eran 5, aunque los billetes sean bastante distintos, frente a la mirada divertida de mis amigas.
Siempre me falta, o me sobra, en grandes o pequeñas cantidades. Cuando compro con débito -siempre- sólo cuando salgo me doy cuenta de que firmé sin mirar cuánto se me facturó.
Espero que se entienda que no es, ni mucho menos, porque me sobra. Es cierto que no me gusta guardarla (no puedo evitarlo, tengo que gastarla. Ahorrar con un fin específico me resulta irritante, una especie de apuesta a probar a que el-año-que-viene-viajo o me compro algo. Ahorrar sin un fin específico me parece idiota), y quizás inconscientemente pretenda tenerla lejos. Pero algo anormal me pasa con la guita.

Hasta acá había llegado a escribir cuando recordé que había separado prolijamente la plata para pagar el alquiler, -sabiéndome cómo soy- para no gastarla, confundirme o perderla. Estoy segura de que la guardé adentro de un libro. O estoy casi segura. Desde el viernes a la tarde revuelvo la casa de punta a punta buscándola. A lo mejor no fue en un libro y fue en una latita, o debe estar -eso espero- en algún rincón de la casa.
Lo cierto es que si no aparece estos días, algo empiezo. Terapia, religión, yoga.
O mejor, me dedico al trueque.

Ay, Página


A lo mejor, quién te dice, en unos 25 añitos.....