26 julio 2010

El armonizador

-Pero qué taxi más pistero -no pude evitar decir apenas subí, inmediatamente después de darle la dirección al conductor. Siempre pienso tarde las cosas, y tarde pensé que el viaje desde la terminal de ómnibus de Retiro (a la que llegaba de noche tras unos días de intenso trabajo en Rosario) hasta el ignoto barrio de Monte Castro donde vivo iba a demorar al menos unos 45 minutos y que darle conversación sin más al tachero casi antes de sentar el culo en el asiento podía ser riesgoso.
Trato de no prejuzgar tontamente, en general, pero sé que siempre intuimos, percibimos, medimos. Y el juicio previo es una acción de ese orden, actualmente con justificada mala prensa porque hegemoniza -así es el lenguaje- su connotación negativa, pero que en su forma positiva no habla sino de datos de la experiencia.
Trato, debía decir quizás, de que mis prejuicios no se conviertan en juicios sin mediación ni causa, por ejemplo, cuando pienso en los tacheros de Buenos Aires. Los tacheros son naturalmente buenos, el tránsito porteño los corrompe, pienso, parafraseando a Rousseau. O que si los taxis vinieran sin radio, quizás no serían -o habría menos- taxista facho. O pienso que la gente es rara, siempre. O que no todos los taxistas son iguales, pienso, esta vez parafraseando a mi abuelita.


Pero trato de no iniciar yo una conversación, además porque los viajes -cuando una no es la que maneja- me sirven para pensar millones de pelotudeces que en otros momentos no puedo.
Lo cierto es que este vehículo lleno de luces y tecnología, me tomó de sorpresa (tenía por ejemplo una pantallita en el dorso del asiento delantero que transmitía repetidamente una extraña programación), y mi exclamación, claro, entusiasmó a su dueño.
-¿Viste? -me dijo, y agregó: -¿Y ya viste todo lo que tiene?
Sospeché, pero como soy suspicaz, no me importó y miré con más cuidado.
-Ah, sí, ahora veo que tenés un GPS ahí abajo, escondidito. Qué bueno, porque por mi barrio se complica un poco. Y la hora digital en el espejito, qué lindo.
-No, no, mirá bien, hay algo que no viste.
Ví de pronto ante mí una especie de hongo blanco, como de plástico, entre los dos asientos delanteros, que no se parecía a nada que yo hubiera visto anteriormente, del tamaño de un huevo de avestruz, por decir algo.
-Eso, -dije señalándolo. -Pero no me atrevo a preguntar qué es.
Ví cómo se alegró. Evidentemente era ése el chiche que quería mostrarme y sobre él la charla que el tachero -Carlos, según la tarjeta que me dejó cuando llegó a destino- prefería tener con sus pasajeros.
-Esto -dijo orgulloso, -es un armonizador.
Lo dejé seguir. Me contó, orgulloso, que eso era un artefacto científico (así dijo, artefacto científico), que lo había inventado su cuñado, físico él, y que servía para armonizar los ambientes. Que funcionaba por absorción de estática (todo hacía suponer que el concepto de estática era equivalente al menos científico de "malas ondas" o "mala vibra") y que él lo había probado en su casa, ocultándolo entre unas plantas a la hora de la cena familiar. Que las cenas en su casa siempre eran problemáticas, porque participaban de ellas su suegra y la hermana, que pasaban la vida peleando y en las cenas particularmente. Que ese día, claramente, habían discutido menos. Que lo había probado con sus hijos, con el mismo resultado.
-Si esto camina, -me dijo Carlos Ortiz, -vas a escuchar hablar de mí.
El monólogo de Carlos se hacía más entusiasta. Decía que el problema principal de la humanidad era la violencia, y que si la misma se erradicaba el mundo sería un mejor lugar para vivir. Por amabilidad y convicción acordé con esta afirmación, lo cual pareció darle todavía más energía para seguir. O era el armonizador.
Lo cierto es que de un minuto a otro -creo que pude haber dicho algo acerca del capitalismo y la mala distribución de las riquezas, pero no podría afirmarlo- estábamos hablando de lo público, más específicamente, de la salud pública y del estado lamentable en que se encuentra, cuando lanza:
-Yo NO estoy de acuerdo con que los hospitales públicos atiendan a los extranjeros.
Ay. Quizás tenía que pasar esto y yo debía haberlo previsto. Pero es así, la previsión no es lo mío.
-¿Cómo? -pregunté, empezando a notar lo inevitable de mi sangre que empezaba a entibiarse.
-No, no tienen que atender a los extranjeros. Una cosa es los argentinos, que pagamos nuestros impuestos, y otra los que vienen de afuera (quiénes si no son los que vienen de afuera más que bolivianos, paraguayos y peruanos).
-Ah. O sea que los dejamos que se caguen muriendo.
No le gustó la afirmación, o la palabra cagar, o yo. Me miró ofuscado y redobló su postura.
-No, yo no digo eso, yo digo que los atendés pero después de atender a los argentinos.
Él se había puesto nervioso. Se había transformado y yo -de nuevo tarde me dí cuenta- no debí agregar, viendo su estado.
-A ver muchachos, los peruanos en esta cola, los bolitas en esta otra y los paraguas acá.
Comenzó a enojarse, a discutir, a alterarse. Hablaba sin parar hasta que me jugué el todo por el todo y casi grité:
-¡¡Eeeeeeeeeeeh!! ¡¡¡el armonizador!!!
Hizo silencio de pronto. Quizás porque realmente se jugaba a que su artefacto científico tenía que funcionar. O quizás porque funcionaba así (yo no sé), comenzó a disculparse de todas las formas posibles.
El breve trayecto que restaba para llegar a casa lo pasamos en silencio, ya que gracias a su precioso GPS, no necesitaba indicarle las calles.
Si alguien quiere conocerlo, me lo hace saber. Carlos Ortiz, como dije, me dejó su tarjeta.

14 julio 2010

Mayúsculas

Sancho Panza: Yo cristiano viejo soy, y para ser Conde esto me basta.
Don Quijote: Y aún te sobra
[Cervantes, Don Quijote de la Mancha, I, 21]


Se discute la hegemonía de un discurso social. Con argumentos científicos, dogmáticos, legales, la posición respecto de la ley de matrimonio universal revela, de nuevo, una discusión ideológica (el conflicto del campo, que terminó produciendo una disputa ideológica, surgió de un conflicto económico -y de poderes, también) y una lucha por mantener posiciones.
En esta, todavía más, se discute ideología, entre otras cosas porque ningún perjuicio material podría producirle a nadie la aprobación de una ley que amplía los derechos de los ciudadanos (ni siquiera se trata de un juego de fojas cero, donde si yo te doy a vos es porque le estoy sacando a otros).
Más allá de los efectos de esta ley, de si es o no es lo importante ahora, de si primero hay que regular para agilizar los procesos de adopción, etcétera, es interesante (por lo menos no me van a decir que no es divertida, posta) la discusión "pública".
La Iglesia católica, y junto con ella los sectores más conservadores de la Sociedad (es así, muchachos, algunas cosas hay que escribirlas con mayúsculas) disputan una visión de mundo (diría el gran Antonito Grasmsci) al discurso secular, y se ponen a sí mismos como la reserva moral de la Argentina. La policía de la moral, los adalides (adalides es de las palabras que suenan raras después de decirla mucho) de las mayúsculas, Tradición y todo lo demás.
Y arrastran tras de sí no solamente al "público cautivo" de los colegios confesionales, cosa que no debería sorprender, sino a un público más amplio (que también viene a ser un público cautivo, no? porque se me hace que es un staff estable) que se siente identificado con estas demandas (y quién si no la Iglesia sería el más legítimo portador de su discurso) y aprovecha también para intercalar otros reclamos, o sea, doblan la apuesta. "No queremos más putos" podría haber sido un lema, más o menos como "sodoma=Argentina" como se veía en la foto del diario de hoy.
De las posturas ultramontanas, extemporáneas e interesadas de la Iglesia católica oficial y la troupe de los malos de Titanes en el Ring se sabe mucho en este ispa por nuestra tristemente célebre historia reciente. Sin embargo el descrédito en el que cayeron las Fuerzas Armadas tras el Proceso no lo sufrió la Iglesia como debía. Y ahí están, y sus feligreses, con diatribas al Satanás puto y a su hijo puto embanderados tras la curia que vocifera gusanos llamando a una guerra santa.
No es su último recurso, es el primero, eso es lo más loco.
Desde esa perspectiva tienen sentido el epíteto de "cruzada" moderna (que no medieval) para referirse al ansia de imposición de sus posturas conservadoras sobre una dimensión que, a todas luces, debería ser absolutamente independiente del poder confesional, que son los derechos de las personas que deben ser garantizados por el Estado. Debería ser, pero. No es fácil sacudirse la resaca de centurias, queremos, pero no tenemos, un Estado laico. La Iglesia católica ocupa un lugar relevante dentro de las estructuras de poder.
Parte de su legitimidad, es ideológica. Otra, claro, es económica.  esos espacios los peleará con uñas y dientes. Porque esos espacios son espacios simbólicos, de poder y son también materiales.

 Fotos de la iglesia en el centro de Colombia (Zona de La Candelaria). By Javi


(Ni hablar de que hay otras religiones. Pero en la Argentina hay libertad de un culto).
Por otra parte, las leyes que amplían los derechos de los ciudadanos suelen tener estos efectos. Más de uno (y una) se habrá escandalizado con la ley -tardía, por demás- de sufragio femenino (que antes, IGUAL, se llamaba universal ¿eh?, sólo para prestar atención a cuál es el "universo" al que se alude cuando se hace referencia a cuestiones "universales") y ni que hablar con la ley de divorcio. Las leyes -lenta, paulatinamente en este país- van respondiendo a los cambios sociales, mal que le pese al Cardenal Bergoglio.
Mientras tanto, Decenas de Familias Argentinas salen a las calles a manifestar por la Defensa de la Familia Argentina. Qué miedito.

08 julio 2010

Purgatorios

Y por qué si nos expulsan de su paraíso quieren obligarnos a compartir su infierno, qué partes de sus fibras se les mueven, en qué extemporáneas eras se quedaron para pensar que los derechos cívicos tienen que ver con su moral y cuánto todos debiéramos ir tras sus pretensiones.
En qué extraña confusión hemos caído donde la ideología retrógrada y fundamentalista legisla para padres preocupados y defienden, convencidos, la integridad humana, en nombre de la persona. Derechos, dijeron. En serio, lo dijeron. E integridad.
Palabras como padre, madre, derechos de los niños que en sus diccionarios se escriben con mayúsculas, para destacar, y por eso ponen Derechos de los Niños a tener Padre y Madre. Lo que se dice, una Familia.
En mis minúsculas, las palabras, quieren decir otra cosa:

[Juli va a tener un bebé y va a ser tan nieta de Marina como de mi hermana, aunque a los padres preocupados les preocupe, como deben preocupar las cosas importantes a la gente preocupada. No lo será judicialmente, no en esta ocasión (se sabe que las leyes corren torpemente detrás de los cambios sociales). Lo será naturalmente (¿cabe la expresión?) y eso será un hecho prepotente, que no pregunta a nadie si puede acontecer].

En cambio, humildemente, yo tengo otra propuesta.
Que se casen los curas, si ellos quieren. Que cojan entre ellos, que legalice (o que absuelva) la Iglesia el sexo anal, coger por placer, la infidelidad. Juntemos firmas. Que los curas promuevan el sexo libre a la salida de misa, en el nombre del señor. Que aprueben el exhibicionismo, que es una ganga al lado de la pederastia.


O que saquen sus rosarios de nuestras vidas privadas. Sean laicas o religiosas.
Y despabilen, muchachos. Mejor temprano que tarde.

05 julio 2010

Ráfagas

A veces la vida pareciera darse por ráfagas. De bondad, de furia, de especulaciones. Brevísimas ráfagas de infelicidad o de desazón. Y mezclarse esas ondas de hoy parecieran -porque quieren- con cierto aire de lunes maldito, por si pudiera empeorar.
Así una congoja se hace carne con otras. Qué importan los motivos, la vida misma, un juego.
Semanas hay que se viven de lunes malditos, meses hay.
De cosas vitales, tremendas, como la muerte misma cuando es completamente absurda (¿qué se nos pedirá, me pregunto? ¿que la ignoremos, que nunca haya pasado, que recordemos lo bueno, que sigamos con el show?). De cosas banales, como un juego.
Y así.
Llegará, ya sabemos, la sensación de viernes, porque transcurrimos entre tesis y antítesis (quién sabe si existirá algo tan pelotudo como una síntesis) sacudiéndonos. El vacilar, diría poéticamente Hegel.
Y llegará, sabemos, la sensación de viernes, como la vida misma, cuando es anunciada a dos abuelas -mujer y mujer, ellas- por el teléfono en altavoz. O de cosas banales, como ese mail amigo.
En medio todo pasa. Me muevo de lugares, tengo sueños prohibidos, me invento un objetivo. Repito las historias o me busco otras nuevas, me alegro, me acelero o pretendo tener el control. Fracaso, me pregunto qué hubiera pasado si, o qué fue lo que hice para, sin respuesta ninguna. Me aterro, a veces.
Brisas, que vengan. Vientitos suaves.

Dios te protegería


Estación Medrano, Subte B
Errata: Estación José Hernández, Subte D
(ni de cerca... ah, y ciertamente, la foto la sacó Guille -ella dice que en el D)