25 abril 2010

Declaración

Corrientes y Gallo, más o menos, Ciudad de Buenos Aires, abril 2010

21 abril 2010

Todo por contestar el teléfono

A Güi, compañera de birras y filosofías baratas.....

Lo cierto es que me equivoqué, porque pensé que Claudia S. jamás volvería a llamarme. Pensé que escandalizándola desaparecería, como suele esfumarse de nuestras vidas la gente que piensa pobres de nosotros, siempre tan equivocados (sépase que si bien no pretendo "tener la razón", tampoco acepto que mi vida sea un error, caramba). Así perdí parientes, amigos de otras vidas, algún que otro novio. Mi prima Silvia la pánfila insiste, pero porque la han convencido de haber heredado el don de la bondad humana, con cuya impronta cualquier desviación puede ser reencaminada, hasta la de drogarse (eufemismo familiar por fumarse un porrito) que -tras el escandálo de "saberlo"- se concluye sabiamente con que es mejor que morirse o tener cáncer.
Y todo el escándalo por contestar el teléfono.
Parece -me pareció cuando volví a hablar- que Claudia S. también cree tener el don. Yo creo que viene de la iglesia, pero honestamente no me he detenido a pensarlo: la gente que se cree buena (no la que ES, que la hay, sino la que SE CREE), se cree buena samaritana... En realidad es más bien una pregunta: ¿la gente se cree buena porque cree que puede ayudar al prójimo? me encantaría saberlo. Como no lo sé, y la inconsciente de mi hermana me espetó, impertérrita: "el teléfono tuyo a Claudia S. se lo di yo, no te jode ¿no? ah, ¿te dije que era evangelista?", tiendo a creer que la iglesia algo tiene que ver. Con perdón a los creyentes (los que creen en la iglesia, digo, que los que sólo creen en Dios no se verán damnificados por este humilde post), yo creo que la iglesia nos hace mucho daño (y no me pongo monotemática hablando de la dictadura, la complicidad y esas yerbas...).
Lo cierto que no sé para qué mierda tengo un identificador de llamadas, si cuando suena el telefóno atiendo (y de nuevo, apenas el "¿hola?" de mi interlocutora resuena del otro lado del tubo me revela un peligro inminente) y me doy cuenta ya tarde de que no debí haberlo hecho.
Si cuando escucho "¿Gra? por fin te encuentro" me viene a las neuronas días y días de leer en el ID ese puto 4566 nosecuánto nosecuánto y nunca preguntarme si era alguien que me buscaba, nunca buscar en el putisimo telexplorer quién carajo estaba tratando de ubicarme, nunca pensar coherentemente que la vida está llena de peligros. Y anotar en el ID, para cuando llame, que la que llamó cuatro veces por día es, efectivamente, Claudia S.
Y Claudia S., después de dedicarle dos minutos al tema de que nunca-te-encuentro-en-tu-casa y de sorprenderse (nuevamente) porque "no tengo celular", me habla de lo linda que fue la reunión pasada con los ex compañeros de primaria, me recrimina por lo difícil que es encontrarme y me reta con tal autoridad que a su mínimo pedido de una dirección de correo, le dicto: "ca guión bajo graciela....". Y se la dicto correctamente, ni una letra de más, como cuando el Edgar llamó por el cumpleaños de Ceci.
El listado de mails que me fue llegando a continuación con cadenas, las invitaciones a visitar Armenia o las precauciones que tenemos que tener antes de darle la mano a un extraño, me han convencido de darle de baja a esa dirección. Pero sé igual que es inútil. Claudia volverá a encontrarme. Me mandará fotos de cuarentones pelados, de señoras con niños y adolescentes, de fiestas de casamientos y brindis con champán en los que lamentarán -y se jactarán, secretamente- de que Gra no haya ido.
En fin

18 abril 2010

Y sin embargo...


La maestra de séptimo la sorprendió y le ordenó: "hacé una composición título:" Los argumentos son incontestables, pero...


13 abril 2010

Los otros, nosotros y las cosas

Te cambia día a día la vida los días, los meses, las décadas, te cambia década a década la vida y sos tan otra que ayer o hace cinco años que tu espejo adelanta, o atrasa, o no refleja y entonces cómo saber cuán otra sos, si saberlo sirviera para algo. Si las cosas se hicieran porque sirven. Si servir fuera algo.
Cuando ves tu mano algo arruinada y un poquito más sabia, como sin querer escribiendo en una hoja. Escribir en papel, o un solo lápiz son un viaje al pasado, tu mano tomando el lápiz es un viaje al pasado. O tu mismo blog cuando pusiste esos primeros post, sólo por reírte con Laurinha poniendo a Rafaela. 


[Naah, política no, ni pareceres. Nada de seriedad, puro hedonismo y hasta que dé. Sí juegos de palabras, la batata macabra o los oxímoron, sí contemporaneidades, la vida en los ochentas, quizás nunca este texto. Música vieja y linda, unos pocos amigos viejos, algunos nuevos -los nuevos virtuales, se entiende-, otros que se rescatan de las telas de araña del pasado, porque otras redes en estas eras te cruzan de nuevo]. Y no.

Aquello es otra cosa hoy, otra cosa va a ser esto mañana, distinto de antaño cuando el mundo era rojo y tan rápido, o de ayer cuando dije "ya nada me conmueve". O de hoy, cuando como Pessoa, no puedo querer ser nada. Aparte de eso.


Los otros irrumpen y te cambian. Otros son temas y personas, artefactos y sentires. Otras historias que creías olvidadas, perdidas. O inútiles. Un laburo, un amigo, una persiana que cierra mal, un gato abandonado te cambian. Tu mamá muerta, un aborto, encontrar una piedra de la suerte, que te sorprenda un deseo en lo prohibido, sentirte poderosa, tener una hija. Pisar mierda o tener a Tita de vecina. Dejar de creer en Dios, cruzarte  con alguien un segundo y conversar toda una noche con un desconocido que no volverás a ver. Un intento de robo, soñar con tu abuela, un cancionero adolescente. La lágrima de una señora mayor te cambia. Tener un auto te cambia, te cambia querer en algún momento de tu vida dejar de querer ser más bueno y cosas de ese estilo tan inocuas.

Todos somos otros, todos nosotros somos otros. Con juegos de palabras, también, como entonces, y entonces uno es otro y es el mismo, una es otra y es la misma (construcción impensable en un viaje al pasado) y es otra de los otros, que cambiarán con uno.


Las cosas tienen movimiento. Mirá sí no, estos pibitos.



Estos y otros otros fueron cambiando mi vida, mis otros pasados, 
Las cosas tienen movimiento. Mirá si no, estos pibitos ahora.

Me cambió entonces y ahora y pienso -sin parar, pienso- para cuándo la paz. Si la paz fuera, que no sé, dejar de cambiar a cada rato.

01 abril 2010

Pequeña historia algo arrabalera

Pareció congelarse por un segundo cuando giré mi cabeza hacia él y pregunté: "¿qué hacés?" mirándolo a los ojos con furia. Sacó lentamente la mano de mi cartera, sosteniéndome increíblemente la mirada con un atisbo de temor: "pará, no pasa nada, perdón, perdón. Perdoná", dijo. Y ahí fui yo la que no supe qué hacer.
Mis veintipico  y mi conciencia social de la época, sus ojos oscuros e intensos decididos a afrontarme, a hacerse cargo. Mi furia porque en esa época me sentía una mártir, con mi sueldo de la quincena íntegro con presentismo, volviendo de la facultad a la noche, cansada y encima, esa noche, con los ovarios al plato y la presión por el piso.
"Pará, no pasa nada, perdón, perdón. Perdoná... " Un segundo inmenso entre los dos, y esa expresión de su cara, de disculpas pero no suplicante, sino serio, mirándome de frente.
Que se bajara corriendo, que yo me levantara o lo acusara, que él me encarara mal, podrían haber sido salidas verosímiles y sin embargo:
-¿Sabés dónde estamos? No soy de acá,  ¿vos hasta dónde vas? ¿Sos del centro? Y un segundo después:
-Mirá, en serio, perdón, no te quise joder a vos.
El "a vos" me descolocó, o mejor, me colocó en un lugar distinto, privilegiado respecto a, por lo menos, el resto del pasaje. Y era tan lindo.
Me miró sabiendo mirar, además, como poca gente sabe.
El 141 (que tomaba en Plaza Italia después de bajarme del 37 que venía de la remotísima Ciudad Universitaria) estaba llegando a la plaza Flores. Para mí, insufrible porteña unitaria, el Centro era sólo la 9 de Julio y Corrientes. "No, no soy del Centro", dije secamente -porque suponía que había que sostener el enojo, después de todo me había querido afanar.
Me paré para bajarme y sin mirarlo dije:
-Ésta es Plaza Flores
No giré la cabeza y bajé. Dos pasos después, su voz sobre mi espalda:
-Plaza Flores, menos mal que me avisaste.
Si supiera cómo mezclar esas palabras -enojo, furia, curiosidad, deseo- en una misma oración, podría explicar qué sentí en ese instante.
-Me dí vuelta de golpe y mi "¡me estás jodiendo! (tenía que primar el enojo,después de todo me había...) se superpuso a su:
-N... n... no te enojes. Quiero invitarte una cerveza.
No llegué a pensar ni un "por qué no". Ahí estaba él frente a mí, sonriendo con toda una fila de dientes hermosos y más blancos contra la noche de la plaza, más blancos contra su piel y sus ojos. Su cara y sus gestos me decían todo lo que yo necesitaba saber de él.
La San José estaba llena de gente y yo me ví a mí misma disociada, como mirándome desde afuera mientras nos sentábamos en la mesa y mi yo sentado sólo lo miraba seducirme increíblemente, y mi yo externo se preguntaba qué instancias, momentos sensaciones sentidos deseos  fluidos habían sucedido para encontrarme frente a él, contándome que vivía de robar, mostrándome su campera de cuero, indicándome de qué modo en qué barrio de qué casa la obtuvo, orgulloso, emparejándose con un modo de vida que él podía tener sin laburar como un gil.
Tomábamos cerveza y la charla se animaba, nos reímos, brindamos varias veces y todo había empezado a ser posible, menos -pensaba hasta ese momento- que de pronto me ganara un mareo, un vahído, una naúsea. Y que todo aconteciera abruptamente.
Sólo atiné a levantarme tratando de llegar hasta el baño, inútilmente, porque dos pasos más adelante vomitaba de manera vergonzosa en medio del local mientras absolutamente TODAS las miradas se posaban sobre mí, consternadas.
No miré a nadie. Dí media vuelta, enfocando mis ojos llorosos de vómito sólo en mi cartera colgada de la silla, para tomarla cual posta y huir raudamente del lugar.
Me hubiera encantado verlo de nuevo.

 Mundos - Dino Saluzzi