16 junio 2009

Gracias, Zorro


Por proteger nuestro derecho de viajar en subte, como todo el mundo (línea B, estos días. Click para ver mejorcito).

11 junio 2009

Objetos conflictivos

Hay objetos, artefactos, cosas, con los que se tienen relaciones complicadas. Las llaves, por ejemplo, deben ser de los objetos conflictivos más comunes. Yo las olvido, las pierdo, salgo y cierro la puerta y me las dejo puestas del lado de adentro, me las confundo y agarro las que no son, se me clavan en distintas partes, llevo las del candado de la cadena de la bici para todos lados sin bici (y cuando salgo con bici llevo la bici y la llave del candado, pero no la cadena, en fin), he llevado a dar una vuelta al mundo a las llaves de la office y por el interior más de una vez. Y a la del candado de la bici. Una llave, incluso, casi me arranca un ojo una vez (una de esas largas, largas). De los objetos conflictivos, las llaves son las peores. Las más jodidas.
Corrí riesgos, incluso, por culpa ellas. Algunos vitales: pasar por cornisitas, saltar de la terraza de mi vecina a la mía. Otros, reprobables: Hice pasar a una enana de 4 años que se creía Indiana Jones por una minúscula ventanita para poder ir a abrir la puerta del lado de adentro. He pasado por romperme el pantalón y tener que seguir como si nada por culpa de una llave, o tener que romper el cierre de una valija. Hasta me quemé con una llave, hay que ser salame.

Porque perderse, por ejemplo, otros objetos se pierden. La media, por ejemplo, se pierde. Una media (y pasa más con los soquetes). Y a veces extrañamente reaparece pero de otro color. Eso podrá ser muy raro, pero no es jodido. A uno no le caga la vida mucho que se le pierda una media, que se le clave, ni mucho menos dársela a su pareja. "Tomá mi amor, usala cuando quieras", total.

Pero con las llaves es otra historia.
Quizá por sus significaciones diversas, además de su obvia utilidad. O quizás porque ellas, bonitas algunas, de variados colores metálicos, duras, pesados objetos entre tanta liviandad, aquellas que en la pubertad (supongo que ahora también, no?) eran un factor de orgullo... hoy tiene esa connotación que las hace estúpidos símbolos de nuestra seguridad, de nuestra protección, de nuestro buen dormir. La llave es ella y su cerradura dirían hoy aquellos grandes filósofos, y su puerta blindada, y su cerrajero, otrora creativo y dedicado artesano, hoy devenido sombrío responsable de nuestra tranquilidad.



Lejos de la poesía de aquellas llaves, las de la felicidad o las de las puertas de los cielos, o la llave que custodia nuestros sueños, a mí no dejan de parecerme infames objetos, más jodidos que las medias y los controles remotos, menos, quizás, que determinados sacacorchos.