Independientemente de elogios, críticas o diatribas, hay que reconocer aquella generación de los setentas dejó huellas. Esa combinación particular de épocas y gentes dejó sus marcas en nuestros hoyes y nuestras gentes, y esas marcas, esos signos, habrá que leerlos y buscarlos desde distintas perspectivas, interpretarse algunas como muros, o mejor, rejas electrificadas que separan, dañan y abren brechas. A otras como suturas, como buenas cicatrices, señales de lo conocido, vivido y aprendido. Y otras, también, como heridas aún sangrantes que pretenden, quizás, persistir como tales.
Es innegable que esa generación fue protagonista de la realidad social de la época, que intervino, que produjo, que inventó formas nuevas de intervención en lo político. Si la cuestión del cambio social es probablemente el tema político imperioso por excelencia (tanto sea desde la perspectiva de quienes quieren conservar el orden social como desde quienes quieren cambiarlo -no necesariamente hacia sociedades más justas- incluso también desde quienes manifiestan no tener interés alguno en el tema), la discusión acerca de hacia qué configuraciones se deberían ir orientando nuestras sociedades y qué rol tenemos -y adjudicamos a- los sujetos, las organizaciones, las instituciones y el Estado (o el no Estado), indica de algún modo la forma en que la política se desenvuelve en cada época y en última instancia, cómo se ve a sí misma (dato corroborable en, por ejemplo, las diversas publicaciones de la época, no solamente políticas sino -y más bien- culturales, periodísticas o de actualidad: como decía Raymond Williams, para cada época histórica hay revistas hegemónicas, contrahegemónicas, residuales y emergentes, indagarlas también es bucear en los modos como se desarrollan y sostienen los discursos hegemónicos o contrahegemónicos. Interesante también, entre otros muchos indicios, considerar los graffitis y las pintadas de cada época, pensar nomás en los de los setentas, los ochentas o los actuales).
En los setentas existió -en el país, en América, en occidente, en el mundo- un discurso tan claramente contrahegemónico (que combinaba la latente posibilidad de un cambio con el deseo de que existiera y la necesidad de actuar), como implacable fue su derrota y probablemente ambas circunstancias nos interpelen hoy. Nos dan bronca, tirria, admiración, envidia, nos provocan, nos confunden, nos preguntan. Están formando parte de un presente que no puede -y lo intenta, bien que lo intenta- desentenderse de ellas. De las circunstancias, digo, siempre las circunstancias. Y uno. Una. Porque también, como reza el lema feminista, lo personal es político.
Pero cargamos con ello y de la derrota tampoco nos hemos sobrepuesto. Lo cierto es que después del horror de la dictadura en nuestros lares, el advenimiento de la democracia no podía sino llegar con una euforia que -como toda tal- no iba a ser perenne. Aunque podía haber llegado a ser algo más que esa burbuja rápidamente desintegrada en cientos de pesadas gotas después de lucir su brillo intenso y parecer eterna, sólo eso fue (el PI podría ser su mejor símbolo). Los ochenta también son nuestra responsabilidad, sus aciertos, y también y sobre todo su fracaso. Pero no es nuestra costumbre hacernos cargo, sino más bien hacernos los dobolus. Y así estamos.
En los setenta una generación sabía que esto no estaba nada bien y recreándose en un ambiente propicio, como si la mala semilla (la bella y mala semilla) cayera en terreno fértil, intentaron modificarlo, mejorarlo, imaginar otra realidad. El otro Nunca Más es, todavía, ese duelo, el de aquellos mundos posibles. El de, por lo menos, algún otro mundo posible. Algo.
3 comentarios:
Si. Por otro mundo posible.
Dekada '70. Así voy a llamar a mi grupo. hay una obra de un autor filipino titulada así, parece que por Manila la cosa fue mucho más radical que por acá. Que dirán nuestros hijos de la Dekada '00?
Me pregunto cuál sería, Canilla, a partir de qué escombros y pensando en qué nortes...
Buenísimo Dekada '70, Pablo. Y de estas épocas, qué incertidumbre! Me gusta pensar que son una transición. Pero tengo miedito de pensar hacia dónde, te confieso.
Saludos!
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