08 noviembre 2008

De González Catán a Tirso de Molina (para una sociología de mercadito II)

Las circunstancias se dieron de modo que tuve que viajar a Montevideo unos días después de volver de España. Y viajar siendo argentina -siendo porteña-, se sabe, aunque se reniegue.
España está deslumbrante (digo "está" aunque es la primera vez que voy, pero sé que no estaba, y honestamente, entre nos, no sé si va a estar) y todo funciona bien, a horario, amablemente. Y me arriesgo a decir que no les caemos mal, al menos los argentinos no les caemos mal, sobre todo si no vamos a quedarnos, como era mi caso. ¿Y por qué será? Cabe la pregunta considerando que somos merecidamente irritativos para la mayor parte del mundo y que el tema de los extranjeros en España no está nada fácil, y que en general somos bastante malvenidos. Cruzar el charco (el chiquito, digo), por ejemplo, es bravo siendo porteño. No quiero ser injusta, no es con tooodos los yoruguas. Pero está en el aire el "antiporteñismo". Y a mí se me ocurre que una sociología de mercadito podría decir que ambos fenómenos tienen que ver con lo mismo, lo que somos, lo que nos creemos que somos y lo que producimos.
Si no fuéramos tan arrogantes sólo seríamos tercermundistas, como cualquiera de nuestros vecinos hermanos. Pero nos creemos europeos, nos enorgullece ser blanquitos (¿nos enorgullece haber hecho mierda a indios y negros en guerras de liberación, haberlos dejado morir en fiebres amarillas y demás enfermedades?) y nos pensamos -en serio- que somos el ombligo del mundo.
Entonces, lo' mejore' del mundo somos simpáticos para los españoles, que por imperio de la lógica pueden vernos como esos hijos engreídos, que intentan mal llamar la atención de los mayores intentando torpes proezas, lastimándonos una y otra vez y levantándonos diciendo "me caí porque quise, y además, no me dolió". Les resultamoss maravillosos porque queremos parecernos a ellos. Y ellos nos miran meneando la cabeza y sonriendo de costado, qué daño podemos hacer, y encima, los divertimos. También somos su contracara pobre, su propia convicción de que ellos sí (aunque menos que el resto) son europeos occidentales y está bien, está muy bien que querramos parecernos (iba a poner "parecérnoseles", pero no debe existir... "parecérseles" no sería... ayudaaaa). Cruzamos el charco grande y pretendemos ser europeos mal nacidos (quiero decir, nacidos por error) en un continente equivocado.
Con ese mismo orgullo somos capaces de cruzar el charco chico y erguirnos para ver desde arriba, pretendiendo que todo el mundo quiere parecerse a nosotros, tan europeos, tan ombligo del mundo.
Somos como puede ser cualquiera: nada  en un pequeñísimo mundo. Y nos creemos tan mejores de lo que realmente somos que la inercia de nuestro ego pretende acercarnos a los europeos, cuando la fuerza de la inevitable gravedad nos desciende a los tan temidos infiernos de latinoamérica.
Y quizás sea peor con los uruguayos, porque somos tan igualitos a ellos, tan astillitas de los mismos palos que pretendemos todavía más ser distintos de ellos, como hermanos mellizos de los cuales uno pretende distinguirse por ser más lindo, más inteligente, y tener el obelisco más largo y más ancho del mundo.



2 comentarios:

Pablo Libre dijo...

Muy muy acertadas apreciaciones. Útimamente encuentro reflexiones más agudas paseando por blogs que leyendo todos los diarios del día

G dijo...

Gracias, Pablo... de cualquier modo está bien que así sea, ¿no? los diarios nunca cumplieron esa función y hoy tenemos esto que -al menos- sirve pa' molestar, que no será mucho, pero para muchos de nosotros tampoco es poco.