25 mayo 2010

De la gente y sus banderas

A menos que nuestros viejos fueran muy futboleros o exageradamente nacionalistas, o nos tocara acercarnos a la edad de la comprensión de las cosas en momentos "históricos" (de tan distinta naturaleza como una guerra o un memorable campeonato de fútbol),  las banderas en estas épocas llegan a nuestra vida despacio, naturalmente, como parte de un mundo social prestablecido, heredado, que viene ya con su adorno identificatorio que será el que se lleve a lo largo de la vida con orgullo o pesar, pero mayormente como parte de uno.
Una bandera nos identifica como parte de un grupo, en primer lugar. Y en segundo, no cualquier grupo tiene bandera: banderas que trascienden la coyuntura (la de la promo '82 no le importa mucho a nadie) tiene el país, el equipo de fútbol, algún partido político. No las mujeres, los pobres, los rockeros o los discapacitados -aunque sí algunos íconos-, lo cual habla de alguna particularidad del uso de la bandera, quizás vinculada con determinada "institucionalización" (con perdón) o legitimación del grupo social que la sostiene y/o su reconocimiento social, qué se yo.
La madre de todas las banderas es, lejos, la bandera nacional, si hasta una piensa si no debiera poner Bandera Nacional, inducida por el Ser Nacional de estos días y la proclividad que tenemos los argentinos a poner todo con mayúsculas.
La nacional es la bandera más pesada que heredamos, nos guste o no nos guste. De todos los sinónimos o significados de la palabra nación el que más pareciera encajar con bandera es patria. Quizás porque vengo de una generación en la que ambas eran una y eran de los otros, bandera y patria fueron constituyéndose como palabras ajenas. La bandera se la respeta. Aquella bandera era la que "venía" con los símbolos patrios, el himno, la escarapela. Quizás porque recordábamos que, tristemente, inundaba las calles cuando el mundial del '78 y la guerra de Malvinas y en general estaba acompañada del predicado flamea orgullosa.
No fue otra, creo recordar, la que sacaron los adeptos del movimiento campero y que colocaron gloriosa sobre las 4 x 4. Eso sí era flamear, carajo.

  • "Mi papá la quemó, la bandera", contaba Morena con sus cuatro añitos a mi vecina Tita. Recuerdo que escuché decir que a una bandera no se la lava ni se la plancha, y váyase a saber qué cosas piensa la gente de las banderas, que éste, el papá de More, la quemó. Tuvo durante años la bandera argentina puesta en la terraza, hasta que el clima y el paso del tiempo -ignorantes de la obligación de respeto por los símbolos patrios- la destruyeron. La quemó y yo me pregunté: ¿no iba presa la gente por quemar banderas? 

Mi vecina Tita puso una bandera y Esther le regaló otra. Así estamos, estos días.


Así de irritante me resultaban las que Radio 10 repartía en las fechas patrias a los automovilistas.
Esas banderas -nunca trapos o telones- eran, se decía, las banderas de la patria.

[Quizás porque los colores sean los mismos y entonces se confunda, o porque extrañamente mi televisor perdió el color y me confunda yo, a primera vista pareciera que todos quienes llevan la bandera quisieran lo mismo, pensaran lo mismo, porque claro, llevan los mismos colores (pero en los ochenta, en la izquierda, se discutía que había que disputarle los íconos a la derecha, los símbolos nacionales, la palabra "patria". La trágica experiencia del Movimiento Todos por la Patria, y la propia devastación de la izquierda terminaron por sepultar esa intención), sin embargo los "banderazos", suelen tener motivaciones, significaciones y apropiaciones diversas. Es una especie de paradoja que se diga como un elogio "no se veía ninguna bandera partidaria, sólo la celeste y blanca", si pensamos que después de todo embanderarse quiere decir tomar partido por algo. La bandera es entonces una mezcla confusa de sentimientos].

  • "Cuando yo era pendejo no entendía cómo había gente en la calle que caminaba con una escarapela, ¡si ellos eran adultos, a ellos nadie los obligaba a usarla!", contaba Joni el otro día.

A la bandera nos la encajan como nos encajaban la escarapela en el primario o nos ponían sanciones por no llevarla en el secundario. Nos obligan a compartirla con el garca de mi vecino o el milico genocida, nos hacen creer que un sentimiento común nos hermana a todos y cada uno de los pobladores de estas tierras, por más que seamos tratados distinto, tengamos distintos derechos y obligaciones, o enarbolemos, orgullosos otras banderas. La Nación requiere que todos nos identifiquemos con sus íconos.

  • El libro de primer grado mostraba una foto que había que describir: el seleccionado argentino, con su camiseta celeste y blanca festejando un gol en un mundial. La enana escribió prolijita sobre la línea punteada, convencida y orgullosa: "gol de rasin".

Es inevitable asociar la bandera con cierto sentimiento chauvinista (cuál otra connotación tendría si no el término "argentinazo" como si eso quisiera decir algo), y por eso a veces de una familiaridad algo fascistoide, me disculpen los legítimamente nacionalistas. En los actos del festejo del bicentenario, el recuerdo de Malvinas traía su inevitable "y ya lo vé, y ya lo vé, el que no salta es un inglés" con su carga de nacionalismo actualizada por los acontecimientos recientes. Pero la incomodidad daba paso rápidamente a la era del advenimiento de la democracia: "la vuelta a la democracia está signada por murgas, porque es la alegría contra  el oscurantismo de la dictadura. Una murga que también incluye travestis", vociferaba la locutora, notoriamente conmovida. Lanata estaba preocupado por la propaganda política.
Quizás favorecidos por la connotación de cumpleaños, quizás por la calidad de los festejos, seguramente por la amplia convocatoria (quizás la más amplia de esta época) y su respuesta, (además de por prepotencia de los números), las manifestaciones adquieren un carácter más plural, más "laico" si cupiera el término, y la alegría, después de mucho tiempo, pareciera ser de la gente.
Después de mucho tiempo (el 2001 puede ser el contraejemplo) el país se llenó de banderas .
Insospechada yo de ser oficialista (habría que preguntarle a la enana), pienso que este gobierno aprovechó de la mejor manera la fiesta del bicentenario. Cristina bailó casi desbocada y los funcionarios y delegados y presidentes de otro países trataron de no hacer demasiado el ridículo, aplaudiendo entusiastamente. El relato histórico de la refundación estaba teniendo lugar.
Por esta noche, el país fue una fiesta de todos.

Otras banderas llevamos y esas las elegimos por voluntad propia, más o menos condicionados por nuestras circunstancias, pero eligiendo al fin. No podría sostener por qué me hice de River, sí de izquierda.  Otras fueron tejidas por imperio de la historia. Las Madres de Plaza de Mayo -hoy íconos centrales de la refundación de la nación en la construcción del relato histórico- siguen cargando su pregunta eterna y levantan esa inmensa bandera, levantado a la vez las banderas de sus hijos. Entran y salen -deben salir- del relato histórico oficial, porque la pregunta es prepotente, persistente. Si no fuera, nada quedaría por hacer.



Estos días mi barrio, renegando quizás de tanto festejo nacional, se tiñó como mi televisor de blanco y negro y festejó en paralelo otra fiesta. Floresta, Monte Castro, Villa Real o estos barrios olvidados de Dios (que será porteño pero atiende en Congreso), festejaron también la fiesta del Albo. No sé nada de fútbol pero fui de All Boys por orgullo de barrio. Sentirse parte de la fiesta no estuvo nada mal.


4 comentarios:

Horacio Gris dijo...

Muy buenas reflexiones. Yo no sé bien en qué punto se termina lo bello de lo celeste y blanco y empiezan los colores de banderas siniestras. No creo que el sentimiento patrio (del bueno) sea distinto del sentimiento "malo" y fascista. Es más, no creo que podamos elegir sentir sólo un tipo de sentimiento y evitar el otro. Tampoco creo que nuestro "sentimiento bueno" sea distinto del "sentimiento bueno" del vecino facho.
Son temas complejos...

saludos!

G dijo...

Es cierto, Horacio. Como todo sentimiento, no se le puede pedir demasiada racionalidad. Lo cierto es que el nacionalismo puede ser un efectivo factor de dominación (usado por gobiernos autoritarios, más allá de que la gente lo sea o no) o -como en este caso de estas fiestas del bicentenario- de generación de consensos. Más allá de mi rechazo (casi animal te diría) a banderas, salutaciones de "viva la patria" o gritos de "Argentina, Argentina!", esta vez había algo más "laico" (la verdad es que no se me ocurre otra palabra) que nos hizo sentirnos parte y desde donde era posible ampliar el espectro de pertenencia.
El tema del fascismo es otro tema, quizás menos complejo que el anterior, porque es lo que navega por los extremos. No creo que sea fascista cualquiera, ni alguien por el hecho de ser nacionalista lo sería, ni creo -pero es un tema largo- que alguien sea fascista inconcientemente. Usté que es psi, Horacio, debería ayudarme con esto.
Saludos!!

Anónimo dijo...

Excelente post, Gra. Tomar una bandera, aunque sea nueva, es agradable, como tomar un barrilete que nos da una ilusión de llegada a algun espacio nuevo, del que somos parte.

No está nada mal, no.
Y hablando de banderas....¿cuándo vamos a abrazar la ecuatoriana y a besarnos todo al rafa?

G dijo...

Hola Eme, gracias!
Al Rafa cuando digas, mujer, que se pone más guapo a medida que madura... (fue impresionante ver a los presis de latinoamérica, otra cosa histórica) Además ahora que se vienen las elecciones en Colombia -y por algo están muy nerviositos los uribistas- la cosa se va a poner más bonita todavía.
Un abrazo, loca.