05 septiembre 2010

De las conversaciones que tenemos con Saúl

Sólo es posible hablar con Saúl si la conversación lo alude de alguna manera. Si se quiere sostener más que un saludo con él (o si se está dispuesto a hacerlo) es necesario saber que inevitablemente, la conversación lo aludirá, más temprano que tarde. A algunos que lo saben, eso no les molesta especialmente e inician con él una conversación sobre los proveedores de Cable e Internet, sabiendo que probablemente la charla derivará hacia su preferencia de Fibertel sobre Telecentro, pese a que el servicio técnico es lo peor que él conoció —y-no-tengo-veinte-años— y que por más que él va a votar a cualquier Kirchner, esto de las licencias le parece una cagada. Hernán, por ejemplo (yo no termino de saber si por respeto o impericia) lo escucha atentamente, o lo finge, porque sé por propia experiencia que no es posible concentrarse mucho tiempo en lo que Saúl dice. Los aháes, mirá voses y  qué cosas se multiplicarán unos tras otros bajo la apariencia de una conversación común y corriente, pero delatando un creciente aburrimiento.
No es que Saúl se abalance sobre los vecinos para hablarnos, como sí hace Tita que abre la puerta apenas oye voces en el pasillo, no. Sólo si uno excede el “cómo te va” o tiene la impericia de decir algo acerca del clima, comenzará —a veces más lenta, a veces más rápidamente— a llevar la conversación hasta su propia persona. Sus deseos, preferencias, convicciones políticas, graduación de miopía o historias juveniles comenzarán a hacerse carne en la conversación, que pudo haber empezado con  un “dejá, yo cierro” o “no encontraba la llave”.
Como experimento psicosocial y de puro aburrimiento, me propuse no evitarlo más y tratar de cagar a Saúl. Iniciar con él una conversación y evitar por todos los medios que me hable de sí mismo. Así, cada vez que empieza a hablar del dolor de sus articulaciones tras mi comentario de qué manera de llover estos días, yo replico diciendo que mañana, según el servicio meteorológico, va a ser una monada. No resulta fácil, él siempre encuentra el camino por más sinuoso que sea. En los últimos tiempos, además, me parece que se dio cuenta de mi juego y tomó el guante. Estoy segura de que quiere darme batalla porque ayer me tocó el timbre, cosa que nunca había pasado desde que vivo en este depto. Desde el momento en que me dijo buenas tardes me puse a pensar en cosas abstractas y generalizadoras que lo sacaran a él de la conversación, viniera por el tema que viniera. Tuvimos algo como una conversación que se desarrolló más o menos así:
—Quería avisarte que el próximo mes me toca a mí la administración por un año. Y quería avisarte con tiempo, que las expensas se van a ochenta pesos, porque así no alcanza para nada.
—Todo bien Saúl, no hay drama. Gracias por avisar. Es que el costo de vida está tremendo.
—No me lo digas a mí, —respondió. Vengo del supermercado y con 100 pesos compré…
—El otro día me dieron 20 pesos truchos, —interrumpí. Parece que andan circulando muchos.
—Ah, sí, —dijo. —A mí por suerte no me agarran. Yo los miro bastante, viste? Una vez un tachero me quiso encajar uno, pero yo boludo no soy, eso era una fotocopia...
—¿Viste que en la librería de Jonte pusieron una fotocopiadora?
—¿La Martín Fierro? yo no compro más ahí porque el otro día me vendieron un talonario de recibos a....
—¿No te encanta la palabra "talonario"?
Justo sonó el teléfono y tuve que despedirlo y fue afortunado para mí, era notorio que no tenía más recursos. 
Mañana voy a hablarle de la primavera... esta vez no me agarra.

2 comentarios:

Laura dijo...

la primavera le da todo tipo de alergias! A el el polen....

G dijo...

Ah, ¿vos también lo conocés? Siempre me va a ganar, ¡siempre!