12 marzo 2010

Gambetas

Raras épocas para los que nacimos en los sesentas, estas épocas. Y en estos lares, como si fuera poco. 
Quizás porque tuvimos la posibilidad de vivir otras realidades bastante diferentes, quizás porque nos fueron dados a conocer mundos posibles que hoy son, sencillamente, impensables.
Pero que lo fueron muy rápidamente, como si nos hubieran hecho una gambeta para gritarnos burlonamente "ooooole" más tarde.
Distinto -no digo que más fácil- es haber nacido con el muro ya caído, con el SIDA existiendo, derrotada la utopía, decretado el fin de la historia. O con una -mala- democracia garantizada.
Nuestra generación bien podría ser recordada como la generación de los amagues, te la muestro, te la doy... te la saco y te jodiste (algo habremos hecho): crecimos con la dictadura y maduramos con la certeza de su final inminente, sin haber hecho nada por merecer ni la una ni el otro. Los vimos pasar, aberramos de ellos, los gozamos, y creímos que con la democracia se comía, se curaba y se educaba. Óle.
En los primeros ochenta, cuando la política formaba parte de la vida cotidiana, ganar la calle fue la respuesta inmediata, espontánea, frente a tantas calles vacías durante años (recuerdo que en el 83 si te ponías a cantar "se va a acabar" con cinco amigos al ratito había que cortar la calle por la cantidad de gente que se sumaba). La calle, la universidad, el barrio, todo estaba cargado de política. Democracia era una palabra muy significativa, tenía un sentido compartido por muchos, quizás como "mérito" propio de la dictadura, como si aquél notemetás de la dictadura hubiera tenido su antítesis en un fugaz metámonos que duró hasta que nos comimos el sapito color verde oliva de nuevo. Óle.
(Ay, Alfonso).
Nos alcanzó el tiempo un poquito para ver de qué se trataba: la participación popular, el juzgamiento de los milicos, parecía venirse una era. Y quizás sí se haya venido, qué se yo.
Los futuros historiadores oficiales vernáculos tomarán seguramente los años ochenta como un hito, el antes y el después que marcaría rotundamente el fin de siglo en estas coordenadas (similar a la significación que tuvo a nivel internacional la caída del muro pero localito, vio, pobretón). El invento -buen invento- del siglo corto de Hobsbawm podría traducirse así en su versión tercermundista y sociomercaditológica: Si tomamos en cuenta la vida institucional del país,  podemos decir que en la Argentina el siglo XX corto va desde los años treinta, cuando el primer golpe de Estado a un gobierno constitucional -y donde los milicos se dieron cuenta cuán fácil era hacerse con el poder- hasta 1985, en que los procesos políticos en toda la región comienzan, si no consolidarse, a establecerse, ocluyendo -al menos en principio- la posibilidad de nuevos golpes de Estado.
Un siglo cortititito, bah. Pero bueno, puede ser una mirada. De última, si por algo estará marcada mi generación, es por el hito de la vuelta a la democracia (La revista Humo(r) de los ochenta definía dictadura como un período de gobierno ocasionalmente interrumpido por elecciones, así estábamos).
Ahora sí, esta democracia parecía poner fin al siglo infame (ma qué década).
El Juicio a las Juntas fue otro hito en ese camino. Los máximos responsables iban a ser juzgados.
Me emociona, siempre y mucho -y la ví tantas veces- la escena de la lectura del alegato, del ahora tan borracho Strassera : "Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad..." 
El aplauso que crecía desde tímido hasta emocionado. El desborde incontrolado, los abrazos, las lágrimas.  Ver las caras impertérritas de los victimarios mientras la gente les gritaba, sus miradas pretendidamente amenazadoras pero inevitablamente humilladas. 
Cómo no comerse el amague.
Por las mismas épocas, para colmo, nos comimos la gambeta con el sexo libre, también, hasta que alguien empezó a murmurar cierta cosa acerca de una rara enfermedad, o sea que ya no fue el único problema acordarse de "la pastillita del martes" sino que se ponía pesadito... sobrevinieron desconfianza y miedo, enemigos declaradísimos del goce.
Hay acontecimientos sociales, políticos, económicos. Hay cuestiones culturales, personales, hay más allás cósmicos y magias, hay incidencias y coincidencias. Las cosas son lo que son porque se conjugan de determinada manera en determinado momento. Y a nuestra generación le tocó la de haber saboreado una posibilidad.
Tan poco, parece, y es tanto...

6 comentarios:

La candorosa dijo...

Más allá de todo y a contramano de tantas cosas, con cambios y nuevas pestes, con lo que soñábamos y con la realidad por la vereda de enfrente, creo que aún hoy hay mucho porque celebrar y obviamente, ¡¡¡jamás olvidar!!!

Abrazos!!

G dijo...

Sí, Cando, es cierto. Volviendo a leer dio una especie de sensación de "todo tiempo pasado fue mejor", pero no era la idea, sino más bien transmitir una circunstancia..
Recordemos, recordemos y por sobre todo, celebremos!
Salud!

emeygriega dijo...

Nunca , nunca más.
Ningun tiempo pasado será mejor nunca.
Me encanta el nuevo diseño de tu blog y de ningun modo llegaste tarde a mi onomástico.
Te abrazo fuerte loquita, tu página está re linda.

G dijo...

Yo digo que está bueno llegar tarde con los cumple porque es como que se te alarga viste? siempre está bueno que te sigan deseando felicidades y felicidades....
Abrazos (y papel picado, también, por qué no!)

Laura dijo...

Leí varias veces el post, y no puedo agregar nada. Esa sensación de generación-bisagra nos va a acompañar por siempre. Pero también es lo que nos hace movilizarnos, alegrarnos, festejar cada pequeña batallita ganada, siempre con ganas de más. Qué le vamos a hacer, es así, nomás

G dijo...

ufa, se me descuajeringó todo...

Yo siento todo el tiempo esa ambigüedad, Laura. Como de oportunidad perdida, y al mismo tiempo el que la realidad nos sigue dando tantos o más motivos...

Pasaré Allek, saludos