07 marzo 2011

Ecología urbana contemporánea, una mirada de clase

De la falta de educación lo más notorio era cómo se llevaba cada objeto a la nariz y lo olía, sin pudor (el olfato debiera ser por naturaleza el más púdico de los sentidos, ninguno como él tiene la capacidad de adentrarse en intimidades sin intimar realmente, sin inmiscuirse pero conociendo), una agenda vieja, no sólo la sacaba de la bolsa de plástico y la miraba de un lado y del otro, la abría, la leía con dificultad: "tía Ele... E... Ele... na" y  su número de teléfono. Y la olía, como si pudiera oler a través del papel viejo y despreciado algo del olor de la tía Elena, cuando era joven y hermosa. Y olió lápices y otros papeles viejos, y cassettes y leyó y olió y apartó delicadamente su selección en un canasto improvisado en su bicicleta. Miró hacia la casa unos minutos y se alejó silbando.

De la mugre lo que más llamaba la atención eran las crenchas: se rascaba con el dedo roñoso la cabeza, casi con delicadeza, buscando el punto exacto en el que -probablemente el piojo- había dejado su marca. Miró cada libro con detenimiento, como si los estudiara. Nadie más que él podía haber establecido el criterio de su selección tan heterogénea, pero allí estaba la pilita apartada de libros, papeles de regalo y cassettes que guardó en la gran bolsa de plástico.

Del aspecto lastimoso, que tanto afea a nuestra bonita ciudad, lo más decadente era su ropa. Un pantalón mugriento y rotísimo, una camisa sólo cerrada por un botón que dejaba ver su panza y en los pies algo que en algún momento fueron zapatillas. Aunque lo que lo hacía peor que los otros dos no era su aspecto sino el hecho de haber llegado tercero. Sus antecesores habían seleccionado lo que consideraban mejor partida, y aunque probablemente su selección podía haber sido distinta, llegar al lugar cuando las cosas ya habían sido revueltas por otros era una especie de derrota. Quizás por la dificultad para ir por la calle empujando un changuito de supermercado, quizás porque sí había llegado primero en otra calle.

Cada nuevo peatón, ciclista, conductor de sulky o empujador de changuito pasó, durante toda la mañana, y seleccionó objetos de la caja que ya era desperdicio para alguien que la dejó en la calle y dejó un nuevo desperdicio para otro que sin embargo olió y realizó su selección también y así, hasta que sólo quedó un retazo de cartón sobre el que el mismo perro vagabundo, que siempre cagaba encima de las plantas, dejó esta vez su sorete, educadamente.

El tipo se quedó mirando por la ventana esperando que la tierra termine de absorber esa porquería.

5 comentarios:

Laura dijo...

Cada barrio tiene sus delicadezas. Sólo hay que encontrarlas.

G dijo...

Es cierto Laura, a veces sólo basta mirar por ahí...

Leticia Walther dijo...

Ahora entiendo porque dijiste en mi blog que últimamente habías estado pensando en esto del circuito del reciclado urbano... Coincidencias.

Horacio Gris dijo...

Brillantes descripciones. Quiero más posts de este tipo eh!

saludos!

G dijo...

Pura coincidencia, Leticia... recibo tus actualizaciones por mail (no sé por dónde me vienen, pero entré a pispear tu blog y "me lo guardé"). Cosas que pasan...

Horacio, vos callate y ponete a escribir.
Saludos!