Entonces cada tanto, muy cada tanto, las escribo.
Otro tema es que al escribirlas uno se ve en la obligación (la puta obligación, diría si no quedara medio feo) de clasificarlas. Y clasificarlas, siempre y cuando no lo hagamos en un solemne y convencional alfabético o cronológico (lo cual además de arbitrario y aburrido produciría que algo tan poco importante como el artículo inicial de una frase pudiera definir un orden) es meterse en un lío, como ya bien lo sabían John Wilkins o el mismísimo Foucault.
En esa clasificación le puse el nombre de "mis casualidades" a esta colección, porque justo no tenía muchas ganas de pensar. A decir verdad no creo que sea la denominación que mejor le haga justicia, pero cómo llamarlo: consta de azares inexplicables como de profecías autocumplidas, de misterios insondables de estos breves presentes o experiencias casi metafísicas, inexplicables, importantes. De estúpidas insignificancias cotidianas o del azar decisivo, que reorienta rumbos.
Pero bueno, no tenía ganas.
Algunas de ellas:
Una vez viajaba hacia Uruguay tratando de ver si mi relación -ya distante y digamos que "tercerizada" (y blanqueada) por mi arte y parte- se recomponía o descomponía definitivamente. Caminando por Tigre rumbo al puerto de la Cacciola veo llegando al tercero en discordia hacia la misma lancha (insospechado de conocer mis movimientos ni de querer estorbar nuestros planes). Nos miramos los tres, yo casi presentándolos, muda. Sólo atiné a no tomar el mismo ómnibus una vez que la lancha llegó a Carmelo y los pasajeros nos distribuimos entre los que había esperando en la terminal. Dejamos que tomara el primero. Lo seguí con la vista, lo ví sentarse, tomar una birome, escribir algo e insólitamente arrojarme un papelito por la ventana con el nombre de una calle. Sólo eso, ningún número, ninguna referencia, ningún dibujo. Días después de pasarla mal con mi pareja, decidí recorrer esa calle (de unas 30 cuadras de "largor") y apenas la encaro, lo encuentro caminando hacia mí. Cosa e mandinga.
El otro día, navegando en Internet de puerto en puerta, las turbias aguas de mi aburrimiento me llevaron a una publicidad de Palito Ortega en plena dictadura, que comenzó en el exactísimo momento en que lo hizo en un documental del canal Encuentro, recién encendida la tele esperando que baje el video. Durante minutos observé pasmada ambas tranmisiones en una exacta simultaneidad. Nadie conmigo para dar fe y yo que no tengo ni una poca...
Mi abuela estaba enferma, eso es cierto. Pero llevaba varios meses así y yo nunca me duermo en los colectivos. Esa mañana me dormí camino al trabajo y me abuela me dijo en sueños dos cosas que no recuerdo, pero cuando llegué me dijeron que había muerto.
El delirante edificio en ph en que vivo, cuyos habitantes nada tienen que envidiarle a los de La Comunidad de Alex de la Iglesia, está en una especie de arruga del culo de la Ciudad de Buenos Aires, con perdón de tan grosera expresión. Inevitablemente la gente -inclusive los delivery del barrio- se pierde al llegar y al mencionar las coordenadas hasta los taxistas más expertos achinan los ojos demandando más información. En este insólito lugar vive un ex alumno mío, dos vecinos conocen a dos personas muy cercanas a mí y una tercera sabe muchísimas cosas de mi laburo. Hace unos meses, la mejor amiga de un amigo de otra vida se compró la casa de al lado.
Lo del libro de Pistoletti queda medio pelotudo al lado de todo esto, pero también es raro.
Hay más, unas cuantas más...
Actualizo, entonces:
Dos amigos míos que no se conocen, recibieron el mismo premio insólito en la misma ocasión.
Dos amigos míos que no se conocen, recibieron el mismo premio insólito en la misma ocasión.
3 comentarios:
Uff, qué cosas.
Yo tengo una que para mí fue muy fuerte:
Yendo en un avión rumbo a Madrid con mi murga (lo cual ya es raro, una murga porteña en un viaje internacional), pasaban en pleno vuelvo un documental sobre la murga porteña. Y el apellido del capitán era...Murga.
Qué cosas, no?
No pude dejar de recordar el libro editado por Paul Auster -que recopila cientos de relatos reales de gente anónima- que se llama "Creía que mi padre era Dios".
Es algo así como una recopilación de esa clase de historias que hasta a un escéptico como yo le ponen la piel de gallina.
Recuerdo que una vez, en mi adolescencia, viajaba en el subte con la cabeza en cualquier parte. Pensaba para mis adentros en la existencia del mas allá y en Dios y en todo eso. De pronto, pensé en una típica frase idiota: "bueno, si Dios existe, que me cruce con Dolores (la chica de la que yo andaba enamorado en aquellos tiempos).
Bajé en la siguiente estación, y ahí estaba Dolores, que no vivía ni cerca de ahí... y que sólo estaba visitando a su tía.
Quise usar esa técnica para la quiniela, pero nunca me sirvió, vea.
Me ha hecho escribir. Muy buen posteo. saludos.
Qué cosas, Horacio. Lo del apellido, además, me mató y me hizo acordar otro listado más para el "catálogo" que no por trillado deja de ser efectivo: el de nombres y oficios. El último con que me topé fue el de mi ginecóloga, que se llama Abajo (aunque sería mejor Ahí abajo, no?)
Waitman, qué decirle... Impresionante también lo de Dolores (y que se llame Dolores, también impresionante).Y usté será escéptico, pero está hablando con una nihilista. Por eso será -y porque me aburro más, es cierto- que hoy me conmueve que cada tanto haya cosas que me sigan poniendo la piel de gallina. Brindo por ello.
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