Las dos veces que metiendo la mano en mi cartera para sacar la billetera, saltó un tampón sobre el mostrador ante un señor de edad que se quedaba pasmado, mirándolo y mirándome alternativamente (la primera vez en un bar, sobre la barra con mucha gente alrededor; la segunda al querer pagar al señor que cobraba en una peluquería: las dos veces el tampón simplemente saltó de mi cartera, cayó sobre el mostrador y rodó hasta ponerse exactamente frente al señor. Ahora que lo pienso, esto debería ir en la lista de "mis casualidades").
La vez que -en una de esas peluquerías masculinas que parecen peceras, en una galería donde pasan cientos de personas- el hijoeputa del peluquero le mojó y peinó a Fernando los poquísimos (y de un largo considerable) pelos que tenía de un lado hacia el otro de la cabeza y se fue a atender el celular, pero se fue por un rato largo el muy hijoeputa. Guardo la cara compungida del flaco con el improvisado peinado lengüetazo ´e vaca reflejada una y otra vez en los espejos, como uno de los recuerdos más conmovedores. Lloré en ese momento y no puedo dejar de llorar hoy, al recordarlo.
La vez que quisieron que bailara salsa.
La vez que, antes de revolcarme de risa, veo la cara aterrada de Ceci comenzando a cantar a capela el himno nacional argentino en un acto de un secundario que me tocaba preparar y en el que falló el audio.
La vez que una puta puerta trasera del colectivo, al abrirse, me atrapó el pie y la gente se puso a gritarle al bondier para avisarle que cerrara la puerta y para solidarizarse conmigo: "¡el pie!, ¡el pie!". Y si podía empeorar, logré sacar el pie pero el zapato continuó atrapadito en la puerta, con lo que la gente pasó a gritar: "¡el zapato!, ¡el zapato!". Trágueme, señora tierra, si me hace el favor...
3 comentarios:
Yo tengo miles de ésas, me siento hermanada. Por citar algunas: me paseé con el cierre de la pollera baja por toda la ciudad mostrando una bombacha que...como decirlo...son de esas de batalla, vió? para todos los días, no era exactamente de encaje.
Otra vez, siendo jovencita y vestida toda de blanco, casta y nívea, una señora me alertó que me había indispuesto, con lo cual mi pantalón era un batik de colores radicales.
La peor: recital de Pedro Aznar al aire libre e Facultad de Agronomía. Noche estrellada y mucha gente, al calor de su hermosa voz. Yo sentía una presión de atrás, pero como había muchas familias, y era un amasijo, no le dí importancia. A la salida, fui con mis amigos a comer y una plasticola empastaba toda la parte trasera de mi vestido, fruto -quien sabe- de la emoción casi orgásmica de algun cover de Ivan Lins.
Escribimos un libro, querida?
Mire qué raro... hace unos días estuve a punto de postear algo parecido. Le digo, para que después no me reclame derechos de autor, vea.
Lo suyo con el tampón, me recuerda a los tiempos en que yo tenía alrededor de 16 años... allá por los años ochentaymuchos. Entré a una farmacia repleta de gente, y cuando me tocó el turno, con toda mi timidez adolescente le susurré al farmacéutico: "preservativos". El señor me lo hizo repetir más fuerte... y luego gritó hacia el fondo: "CHE, JUAN... ¿DÓNDE ESTÁN LOS FORROS PARA EL PIBE, QUE QUIERE DEBUTAR?
Podríamos, sí, Eme... (me animó a contar ésta: una vez me calcé el pantalón sin la bombacha porque no pude encontrarla y estaba retrasada, saliendo de la casa de un señor. Caminaba más tarde con una amiga que mirándome la botamanga del pantalón, me dice "che, ¿qué es eso?"... y ahí estaba asomando, roja ella, esa que creía perdida para siempre...)
Y Waitman, ¿en serio le hizo eso, el farmacéutico? Hay que ser mala gente... pobre criaturita.
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