25 diciembre 2010

estos días...

No sé si es lunes, miércoles o domingo, si vivo en Buenos Aires o en el Sahara Occidental, si estamos cerca de fin de año o algún nuevo siglo nos pasó por encima y no nos dimos cuenta, no sé ni me importa si sonaron disparos o petardos, si existe algo más allá de cajas, bolsas de consorcio y polvo.

Y todo se está derritiendo...

12 diciembre 2010

La inminente amenaza de un silbido a la propiedad privada

Si alguien quiere alquilar este lugar, me avisa hasta antes de fin de mes.
Eso sí, hay que ser de estómago resistente:


—Aprovechan ese terreno ahí a la vuelta, eso da justo a lo de Marta, esa casa está tomada. Yo tengo miedo de que vengan saltando por las azoteas. Yo dejo la rendijita abierta de la persiana porque desde ahí se ve si hay alguna sombra y no se veía nadie, pero yo lo escuché clarito.
—¿así? Fiu—fiuuuuuu
—sí, algo así, no sé, no escuché tan bien por el viento y la tormenta, pero que escuché silbidos, eso sí. No sé si venían de la plaza o de dónde.
—Aprovechan cuando hay tormenta para afanar. Hay que mat… yo los odio Tita, no sé, hay que tener mucho cuidado. Los negros silban así, se silban entre ellos. Esos son códigos que tienen, siempre chiflan cuando están afanando. Fi— fiuúuuu, silbó y miró a Tita.

Sic

05 diciembre 2010

De las cosas que hay que hacer en la vida

Obligados o porque queremos. Con onda o amargura, a veces con desesperación.
Por la edad o la época.
Porque no da el cuero. O mejor, porque apareció una oportunidad. Por puro placer, también.

Siempre hay cosas que hacer en la vida, cosas frente a las cuales tenemos que movernos, actuar, resolver: trascendentes, odiadas, adoradas, indiferentes, inocuas, deseadas, insignificantes. Las grandes cosas o aquellas pequeñas, las que llevan mucho tiempo o las que pasan como un relámpago.

De las cosas que tengo que hacer estos días, me ocupa mudarme y entender todo de nuevo.
Mientras tanto

agradecer al barrio, a los colores, a estas topografías vistas desde mi casa.

(Una vez, entre las cosas que tuve que hacer en la vida, vine a vivir acá:






)

Por las cosas de la vida, se habían dado simultáneamente nuevo lugar, nuevo trabajo. Nuevos amigos, nueva gente copada que conocí y que invité -o más frecuentemente se invitaron- invariablemente a este lugar, que de todos los que alquilé, fue el mas mío.

La parrilla había sido el factor de más peso a la hora de entender qué cosa tenía que hacer en la vida en ese momento (después venían la terraza, el depto frente a esa plaza increíble, el sol por cada rincón, la tranquilidad del barrio).


 Lo buena que había sido, no hay que explicarlo.


Los números cerraban justito y el barrio estaba en una arruga del culo de la ciudad de Buenos Aires. "Você não vive, você se esconde", me dijo el brasuca la primera vez que se perdió al venir.

Llené de yuyos hasta donde pude, seguramente hubiera seguido llenando en la terraza, de quedarme.





Acá Rochi llegó -a sus 8- con marionetas, barriletes y bolsos multicolores.


Hoy sacó estas fotos y yo me pregunto si se llevará el poster de Piratas del Caribe, si querrá colgar el gato que pintó y ahora no le gusta, qué libros conservará, qué hará con la colección de animalitos de vidrio, si seguiré teniendo que conocerla cada día de nuevo siempre.



Me llevo mucha cosa y todo se muda sin esfuerzos penosos.
Envueltas en papel de diario húmedo, varias plantas de menta con raíz, para probar en cualquier nuevo rincón.
A Clarita y Matilda, que tardarán en perdonármelo.
Un cuento a medio escribir sobre mis vecinos y sus raras existencias.
Pocos muebles, muchos papeles inútiles y algunas pilchas.

En la memoria estos breves presentes pasados en estos años, con sus marcas profundas, un regocijo de buenos años vividos como mayormente quise.


Lo único que me llena de tristeza es pensar en el cartel, si lo ponen. O sólo un clasificado, "se alquila, tres ambientes...", y me acuerdo de mí, hace seis años, cuando supe que de las cosas que tenía que hacer en ese momento en la vida una era, igual que ahora, mudarme. Cambiar de lugar, cambiarme.

02 diciembre 2010

Una semanita en Río

Ojalá me diera el cuero para hacer un análisis político o algo así, pero no es el caso. Ni la información, ni la capacidad deductiva, ni la pluma (aunque es láser, la mía) me alcanzan para siquiera intentarlo.
Sí puedo (porque si no es para eso, para qué podría una querer tener un blog) decir lo que me parece, lo que vi, lo que viví, lo que conversé, presentí y sentí la semana pasada, cuando fui a caer, por esas putas casualidades de la vida, justo esa semanita en Río de Janeiro.
Y por más que reniegue de los métodos científicos, hasta en la sociología de mercadito son necesarios algunos datos duros, como dicen que les dicen, porque si no los me parece, los sentí, los conversé pueden ser simples delirios de la imaginación.
Y si serán duros los datos que muestran que Río es una ciudad donde 1.5 de sus 6 millones de habitantes vive en favelas, en un país donde el ¡1%! de la población concentra más del 50% de la de la renta (de América Latina, lejos el más inequitativo y del mundo anda por ahí), donde -como Joni también sabe- el homicidio es la principal causa de muerte para las personas de 15 a 44 años de edad, y las víctimas son mayoritariamente jóvenes, varones, negros y pobres. La gran mayoría de las muertes las provoca la policía: entre 2003 y 2009 sólo en Río y San Pablo se registraron más de 11.000 muertes, inscriptas en los registros policiales -vaya novedad el nombre, no la cifra- en contexto de "actos de resistencia".
Otro durísimo dato es la situación de los medios de comunicación. 107 son las emisoras televisivas que tiene la monopólica red O' Globo, y un tiraje de 350 mil ejemplares del diario de mayor circulación, entre otras exorbitancias  (y no llevaba ninguna hache, qué cosa, che...).
La combinación de esas realidades no puede dar un buen resultado, pese al esfuerzo por disminuir la desigualdad-exitoso si se tienen en cuenta números relativos pero casi invisible en términos absolutos- del PT.  Eso ya es una opinión.

De las cosas que ví esa semanita puedo contar las playas hermosas y tranquilas, con los meninos de las escuelitas de fútbol jugando en las praias de Copacabana, con esos mulatos jugando "futivoley", gente paseando, corriendo, tomando uma cervejinha geladinha con una casquinha de siri o agüita de coco helada. La gente de la calle, como siempre, las mujeres que te miran sagazmente, las mulatas y las negras con muchos hijos, los shoppings, los locos, cada color en su lugar, mayormente, los músicos, los funcionarios, los desayunos con jugos de frutas raras y exquisitas, el desinterés por la política.
Y mientras eso, lo de todos los días acontecía, paralelamente el despliegue de las fuerzas de seguridad: la policía federal, la estadual, el ejército, la prefectura, el temidísimo BOPE, y entre ellos los que tienen su negocio, los asesinos, narcotraficantes, contrabandistas. Y la señora transmitiendo en pleno centro con el chaleco antibalas, entre miles de personas que pasaban por delante y por detrás.
"Caos en Río de Janeiro". Una versión corregida y aumentada de lo que nos pasa.
Y ahora, quién podrá ayudarnos. O bem chega, o mal foge.


De lo que conversé, 18 mil efectivos es como mucho. Los tanques en las calles, la ostentación de fierros pesados en autos de civil sin identificación alguna, helicópteros (se podían ver casi en la misma proporción de la Globo y de los milicos). La gente devoró las imágenes en las televisiones de bares y vidrieras, pagó su cuenta y se fue. Caos en Río.

Por casa, De Narváez diciendo que así se hace, muchachos, y así se debe hacer.



Ahora que terminamos con el problema del narcotráfico, dicen sin pudor los medios, preparémonos para recibir las Olimpíadas.

De lo que sentí, por unas callecitas de por ahí, este reparo:

  Beth Carvalho - Saudades da Guanabara